Arnold Palmer Invitational, The Memorial Tournament y ahora, el AT&T National. Hubo un tiempo en el que el mundo del golf dudaba de si Tiger Woods volvería a ganar un torneo y la respuesta, después de unos meses, está resultando demoledora. Tres victorias en los últimos siete torneos. En esta franja de tiempo ha conseguido además convertirse en el segundo jugador con más victorias en el PGA Tour, superando a Jack Nicklaus con 73 y quedando a ocho del legendario Sam Snead. El barco zarpaba de nuevo, batiendo registros y haciendo más impresionante su lugar en la historia.
Woods solo podía volver a la senda de la victoria de una forma: mejorando en cada área de su juego. Necesitaba más calles, más greenes y menos putts, justo lo que el estadounidense ha ido desarrollando en lo que llevamos de temporada. En una época de incertidumbre, en la que las críticas llovían sobre su entrenador, Tiger ha despejado las dudas del mundo de una manera silenciosa e implacable, alcanzando el quinto puesto en “Total Driving”, el décimo en greenes en regulación y el decimocuarto en golpes ganados pateando.
“Sin ofender a nadie, es el único jugador que ha ganado tres veces en el circuito este año”, declaraba el aspirante de anoche, Bo Van Pelt. “En tres campos de golf distintos, y lideraba el U.S. Open después de dos días. Diría que está jugando el mejor golf del mundo ahora mismo”. Y posiblemente, su actuación los dos primeros días en el Olympic Club sean lo más cercano que un jugador ha estado de llegar a la perfección en unos cuantos meses. Se dice que ésta es una nueva versión de Woods, más rocosa y dependiente de su swing que antes, pero la realidad es que esta semana ha tenido verdaderos accesos de brillantez; golpes imposibles que Tiger ejecutaba con una precisión milimétrica y en el momento oportuno.
En la última jornada, después de hookear su salida y terminar detrás de un árbol en el hoyo 12, Woods ejecutó un golpe bajo y cerrado con un hierro 9 que hizo botar su bola a un par de metros de bandera. Tres hoyos más tarde, en el 15, embocaba un putt de siete metros para birdie que le ponía en cabeza del torneo. Es difícil ver un despliegue similar por parte de cualquier otro jugador en el mundo en tan solo un día y por eso se echaba tanto de menos a Tiger: él hace que estas situaciones se produzcan semana tras semana. Primero recuperó la confianza en su movimiento, después mejoró cada área de su juego y una vez adquirió ritmo competitivo, Woods volvió a dejar sin respuesta a sus rivales en los momentos de mayor presión.
Unas horas después de su victoria, el Tigre descansa tranquilo esperando su siguiente presa. Muchos dicen que no “volverá” del todo hasta que consiga un major pero ese argumento comienza a quedarse sin fuerza. En realidad, en una vuelta a sus orígenes, Woods ha demostrado que dicha afirmación nunca tuvo demasiado sentido. Es un gran jugador de golf y él, más que ningún otro, no necesita volver a ningún lugar o estado emocional. Tan solo tenía que reencontrarse con un swing más sólido. Precisamente sus tres victorias de este año han tenido un denominador común: un control absoluto de la situación cuando se aproximaban los últimos hoyos. Ben Hogan solía decir que el camino para ser mejor jugador pasaba por minimizar el margen de fallos al máximo, eliminando los grandes números de la tarjeta. En un ejercicio de consistencia, Tiger tuvo que esperar esta semana cuarenta y un hoyos para cometer un solo bogey; algo que empieza a ser habitual y que le ha llevado a ser el jugador que menos golpes promedia en el circuito.
“Recuerdo un tiempo en el que la gente decía que nunca volvería a ganar», declaró Woods. «Eso fue, creo, ¿hace seis meses?”
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