A diferencia de lo que sucede en otros deportes, el jugador de golf es juez y árbitro de sí mismo. Es el encargado de no infringir las normas y, si lo hiciera, aplicarse la correspondiente penalización. Incluso en ocasiones también es el responsable de que otros jugadores las cumplan, como en campeonatos amateur donde, lógicamente, un principiante es difícil que conozca todas y cada una de ellas. En la primera sección de El libro de reglas (PDF), dedicado a la “Etiqueta” y el “Comportamiento en el campo”, se dedica un apartado a “El espíritu del juego”, que dice así:
“El golf se juega, la mayor parte de las veces, sin la supervisión de un árbitro o juez. El golf se basa en la integridad del individuo para mostrar respeto a los demás jugadores y en respetar las Reglas. Todos los jugadores deberían comportarse disciplinadamente, demostrando cortesía y deportividad en todo momento, independientemente de lo competitivos que puedan ser. Este es el espíritu del juego del golf.”
Este “espíritu” es uno de los motivos por los que muchos golfistas se sienten orgullosos de este deporte, ya que es capaz de crear situaciones extraordinarias; por ejemplo, cuando un gran jugador pierde un torneo voluntariamente a raíz de infringir una norma y solicitar para sí una penalización. Mientras en otros deportes muchos profesionales fingen una situación para engañar y sacar ventaja, la actitud descrita es un privilegio y deja al golf en cierto sentido por encima de ellos. Le da un carácter íntegro, noble y hasta superior. Nadie es tan honrado en la vida real como debería serlo dentro del campo. ¿Por qué? Es imposible.
Sin embargo, las reglas también provocan situaciones controvertidas. La atención del juez y del jugador se centran en la figura del segundo, con lo que la «pena» en caso de error incide en la misma persona. En otros deportes no sucede lo mismo. El error es del árbitro que, dependiendo de la disciplina, es capaz de rectificar o no. Porque, no lo olvidemos, las personas nos equivocamos tarde o temprano; existen fallos arbitrales, jurídicos, políticos y personales todos los días de nuestra vida, en los periódicos y en nuestras casas. Y como todos somos capaces de equivocarnos, también solemos estar predispuestos a perdonar según sea la situación. Pero no en el golf. El perdón en estas situaciones llega siempre en forma de penalización.
Por eso es tan meritorio que un jugador sea “juez y parte” , pero deja ciertos resquicios que podrían calificarse de, por lo menos, problemáticos. Uno de los principios básicos de cualquier ordenamiento jurídico que se considere válido y eficaz es el de “la imparcialidad de los órganos de justicia”, que significa justo lo contrario: un juez no puede ser parte del problema sobre el que va a tomar una decisión. No puede ser “juez y parte”. Sus intereses no pueden afectar a su trabajo. Como en el golf se supone una honradez llevada a su valor más absoluto, se ven situaciones tan extraordinarias como la descrita anteriormente: un jugador pierde la mejor oportunidad de su carrera voluntariamente, al ver que ha infringido un apartado del libro de reglas. Ellos no solo son deportistas de gran talento, también deben ser árbitros y jueces. Aunque no se sepan la letra de la ley (y, en el caso de las reglas del golf, permítannos la hipérbole, estamos hablando de muchos miles de «letras»), son los responsables de aplicarla.
Los problemas pueden surgir en un caso como el de Carl Pettersson en la última jornada del pasado PGA Championship. El sueco se encontraba en un obstáculo y en su backswing movió una hojita, infringiendo la regla 13-4c (“Si la bola reposa en un obstáculo, el jugador no debe tocar o mover ningún impedimento suelto que reposa o toca el mismo obstáculo”) y recibiendo por ello dos golpes de penalidad en su primer hoyo. Tanto la infracción como la penalidad fueron claras y, por lo tanto, bien aplicadas. Sin embargo, en esta situación no es difícil dejarse llevar por cierto sentimiento de lástima. No fueron muchos los que acertaron a ver esa pequeña hoja moverse; es más, muchos no llegaron a verla por televisión a cámara lenta en varias ocasiones en las que se repitió. Pettersson tampoco. Después de una revisión por vídeo, se le comunicó en el cuarto hoyo que debía aceptar la penalización.
El sentimiento de lástima al que me refería se debe a que Pettersson, siendo juez y parte, ejecutó una acción que él creía que había sido correcta y, sin embargo, resultó no serlo. No sacó ninguna ventaja con desplazar esa pequeña hoja, su golpe no fue mejor y salió de aquel hoyo, en la mejor oportunidad que ha tenido en su carrera para ganar un major, con dos golpes más de los que había ejecutado físicamente. Supongo que a muchos no les producirá esa lástima, pero sí a tantos otros.
En nuestro ordenamiento jurídico, al igual que en muchos otros, existe un principio general del Derecho llamado “Principio de buena fe”, mediante el cual no se recibe el mismo tratamiento si una persona ha actuado con o sin él (de buena o mala fe). Dentro de las muchas definiciones, existe un requisito que se repite siempre: “Conducta recta u honesta en relación con las partes interesadas en un acto, contrato o proceso”. Y visto que no hay muchas manifestaciones en su contra, intuyo que la mayoría de ciudadanos lo consideran justo y necesario. Este principio me llevó otra vez a Carl Pettersson, que infringió una norma que claramente existe para evitar que los jugadores no mejoren su posición en un hazard, o como dice David Feherty: “Arrastrar el palo y abrirse un canal para pegar a la bola”. Ése es el “espíritu” de la norma y su fundamentación es también necesaria, ya que si no existiera se podría sacar ventaja de una situación que debe penalizar al jugador.
Así que si Pettersson, claramente, no hizo nada por mejorar su situación y además, es evidente que no la mejoró, ¿actúo de mala fe? Podemos afirmar que no. Simplemente tuvo mala suerte o no el suficiente cuidado, ya que siempre podía haber subido el palo en una línea más vertical. Pero el caso es que se le penalizó del mismo modo que al amateur que busca ventajas en el campo y, por muchos defensores y puristas que haya de las normas, no debe sorprender que muchos otros lo consideren injusto. Y que nadie se alarme, es así como se mejoran los ordenamientos. Se buscan situaciones problemáticas y se intentan adaptar las leyes a la realidad, que se encuentra en un cambio constante. Sucedió así con Webb Simpson en el Zurich Classic la pasada temporada y también sucede constantemente en nuestro país. Basta con echar un vistazo al Boletín Oficial del Estado.
Es loable que los jugadores sean juez y parte cuando ni siquiera en los ordenamientos jurídicos de los países se permite, pero no debemos olvidar que es una tarea ardua y compleja. Hay que proteger y cuidarles mucho en situaciones como ésta, que a veces rayan la frontera del sentido común. Del mismo modo que se critica al fútbol por fingir y protestar, una persona ajena al deporte podría criticar al golf por promover actos sin sentido. Los Juegos Olímpicos están, como quien dice, a la vuelta de la esquina. ¿Qué hubiera pensado de esto un saltador de altura? ¿Habría sido bueno para el golf? O aún más importante, si Pettersson hubiera conseguido superar a McIlroy, ¿hubiera ganado el mejor?
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