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Zona Pro

Lo siguiente a Tiger

Enrique Soto | 14 de febrero de 2013

Desde que un chico de quince años ganara el U.S. Amateur en 1991 nada había agitado el mundo del golf con tanta fuerza. Aquel chaval espigado llevaba apareciendo en televisión desde que dio sus primeros pasos pegado a un palo de golf, batiendo récords de precocidad y demostrando una ambición desmesurada, algo impropio para alguien de su edad. Entonces no sabíamos a ciencia cierta de qué se trataba, pero con el paso del tiempo fuimos conociendo a Tiger Woods. Campeón de tres U.S. Amateur consecutivos, ganador en el Augusta National en su primera temporada en el circuito y llamado a ser el hombre con más triunfos en la historia de este deporte. Era imposible predecir su magnitud ni que aquel niño cambiaría la historia para siempre, pero sucedió así.

Veintiún años después, una chica de quince, proveniente de la otra punta del globo, ganaba su primer campeonato en el LPGA Tour. Lleva unas gafas enormes que le otorgan el aspecto de una estudiante recién salida de clase y su estatura no llega ni mucho menos a la media que se puede ver hoy día en el circuito. Lydia Ko, de hecho, parece no haberse desarrollado por completo y en cualquier momento parece que se le vayan a caer los apuntes y una manzana de su bolsa de golf, como quien se salta el colegio para acudir a jugar. Su aspecto dócil, mirada inocente y sonrisa tímida, sin embargo, esconden a la competidora más fiera que hayamos visto nunca con quince primaveras. Número uno del mundo amateur, treinta del Ranking Mundial, tres victorias profesionales. Las apariencias engañan, porque detrás de la niña se esconde una atleta.

Primera escena: Ko rechaza una invitación para jugar el Volvik RACV Ladies Masters y preparar a conciencia el Abierto de Nueva Zelanda, un torneo por el que todo su país vibra. Segunda escena: en las pancartas que anuncian el evento se puede leer “Ready, Set, Ko”, en una clara alusión a la precocidad y el talento de la joven. Tercera escena: el domingo pasado, Lydia contiene el ataque final de Amelia Lewis y gana el abierto de su país. Cuarta escena: jugando junto a Yani Tseng y Michelle Wie, Ko firma una vuelta de menos diez en la primera jornada del Abierto de Australia; once birdies, un eagle y tres bogeys.

En esos cuatro momentos se definen los últimos compases de su vida, y más allá de los números merece la pena quedarse con lo que dicen de su personalidad. Rechazar una invitación para rendir bien a la semana siguiente, ante su público, conseguir la victoria a pesar de ser considerada favorita o aterrizar en el país vecino unos días después y llevarse por delante a la número uno del mundo no hablan solo de una habilidad innata para jugar al golf, como fuera el caso de otros niños prodigio, sino de un sentido de la competición y la responsabilidad que asustan. La diferencia entre Lydia Ko y una chica que pueda aparecer en la televisión haciendo malabarismos es abismal, tan grande como comparar a un cazador furtivo con un domador de un circo ambulante. La gran pregunta que se cierne sobre ella estos días es: ¿debe alguien tan joven pasarse al profesionalismo? No parece incomodarse y ha respondido en varias ocasiones con un simple “todavía no”. Pero que los detalles no nos nublen la vista. Ella juega como una profesional más desde hace tiempo.

La siguiente escena responderá a lo que suceda esta semana en el Abierto de Australia, donde ya parte como líder en solitario. Tiene un golpe de ventaja sobre Mariajo Uribe, que entregó una tarjeta de nueve bajo par, y otro más sobre Jiyai Shin, que finalizó con 65 impactos. Rebecca Lee-Bentham, Ayako Uehara y Mi Hyang Lee les siguen con menos siete. La mejor española fue Beatriz Recari con menos cinco (mismo resultado que Tseng). Carlota Ciganda y Belén Mozo terminaron con menos dos, Azahara Muñoz y María Hernández con menos uno y Tania Elósegui con el par.

Nada había agitado el mundo del golf con tanta fuerza desde la aparición de Tiger. Esta semana, en Canberra, podremos llegar a atisbar la verdadera magnitud de una chica que no solo es capaz de hacer birdie a cualquier hoyo, sino de también aguantar la mirada a sus rivales una tarde de domingo.

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