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Zona Pro

Los de Olazábal querían ganar a la historia

Enrique Soto | 06 de octubre de 2013

Solo se repetía una cosa en el vestuario de Europa Continental: había que ganar por primera vez desde el año 2000, darle de nuevo emoción a un torneo teñido de rojo, demostrar que el golf en match play seguía siendo imprevisible. Las victorias, como acostumbra a decir Tiger, cuidan del resto de cosas. Desde el comienzo del Seve Trophy los diez hombres de José María Olazábal salieron dispuestos y convencidos de que podían imponerse al de Sam Torrance, mermado por bajas importantes. Tras tres jornadas de altos y bajos, un empate figuraba en la general. El reto estaba delante, esperándoles.

En el primer partido de una serie de individuales se suele optar por un jugador de confianza, el encargado de mostrar el camino adecuado a sus compañeros. Olazábal ya lo hizo en Medinah, apostando por Luke Donald; hoy fue con Gonzalo, quizá a quien más ilusión le hacía estar presente esta semana en Saint-Nom-La-Bretèche. El adversario era un hueso duro, capaz de firmar 29 golpes en nueve hoyos de un recorrido que no regalaba nada. Jamie Donaldson marchaba dos arriba tras sus primeras ocho pruebas del día y amenazaba con subir el primer punto al marcador. El español, sin embargo, no concedió nada más. Dos aciertos y ocho pares le permitieron empatar un duelo que, de durar un poco más, posiblemente hubiera caído de su lado. De nuevo un empate.

En su apuesta por comenzar por las cartas más altas, José María colocó a otro peso pesado en el segundo enfrentamiento: Nicolas Colsaerts. Delante no tenía a cualquiera: Paul Casey. El choque de titanes fue abierto y generoso, como acostumbran a provocar dos hombres con experiencia en la Ryder en un ambiente menos tenso. Eagles, birdies, pares y algún que otro error mantuvieron la balanza equilibrada durante los 18 hoyos, pero cuando de verdad importaba, Nicolas se mostró como aquel debutante que provocaba a las gradas estadounidenses. No falló, no cometió errores inesperados ni cedió terreno ante uno de los hombres más sólidos de Torrance. Uno arriba para él.

El nombre de Luiten no podía faltar en ese comienzo fulgurante que buscaban los azules, un jugador tan fiable que por momentos parecía una máquina de generar puntos. Había jugado cuatro partidos y los había ganado todos, como quien responde a las órdenes de los clientes. Pero en el último, ante un inspiradísimo Fleetwood, quebró la rodilla ante una racha incontestable, entre el 5 y el 9, en la que el inglés restó dos impactos al campo. Otro empate entre Thomas Björn y Simon Khan, provocado por una lesión en la espalda del último, dejaba la tabla en la misma situación que comenzó el día. Todo se reducía a los últimos encuentros.

Ante el titubeo de Luiten, Grégory Bourdy se convirtió en la verdadera lanza del equipo continental; él sí consiguió ganar los cinco duelos que ha disputado al imponerse a Scott Jamieson por 4&3. ¿Jugó mal el escocés? No, pero nunca tuvo opciones ante los seis birdies del francés. Marc Warren, por su parte, devolvió un golpe que podría haber definido una tendencia positiva con el mismo registro ante Thorbjörn Olesen, o una versión mucho menos sólida que la que mostró en el 2012.

A medida que avanzaban los partidos, ambos bandos se iban respondiendo unos a otros, tal y como había sucedido en las jornadas previas. Europa fue el jueves, las islas el viernes, mientras que el sábado hubo un turno para cada uno. Ahora sucedía también en los individuales: Manassero ganó 3&2 a Gallacher y Lawrie se deshizo de Ilonen por 2&1. Solo quedaban dos enfrentamientos en el campo: Miguel Ángel Jiménez contra David Lynn y Francesco Molinari frente a Chris Wood.

Sumido en una lucha contra el tiempo y las posibilidades, el malagueño busca meterse de nuevo en un equipo de la Ryder Cup, sin importar que haya pasado o no de los cincuenta. Sus argumentos no podían llegar con otras formas que de la que mejor conoce, es decir, las que requieren un palo, una bola y llevar la coleta bien apretada a la nuca. Lynn no le ganó ni un solo hoyo porque él no cometió un solo bogey, todo decisión y claridad. El 6&4 del marcador llevaba la firma del hombre que más puntos ha ganado en el torneo de un amigo, Ballesteros.

Para el definitivo, Olazábal volvió a confiar en su misma última pieza: Francesco Molinari, el hombre que no falla un green en regulación cuando la ocasión lo merece. Esta vez si erró en alguno, pero solo cedió un hoyo ante un tímido Chris Wood, que vio como un birdie en el 16 le dejaba con las ganas de haber hecho algo más esta semana. El duelo estuvo demasiado claro durante todo su transcurso como para que cambiara al final y, por fin, los continentales se llevaron un torneo que querían ganar porque el reto se había convertido en importante, casi gigantesco, dados los antecedentes. Ganaron porque, como seguramente les haya dicho José María, también querían romper con la historia en Medinah. Esa fuerza adicional es muy difícil de contrarrestar.

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