Muy bien pintaban las cosas para los españoles participantes en el Open Championship. Gonzalo Fernández-Castaño había cogido diecisiete greenes en regulación en la primera jornada, un signo inequívoco de que su juego largo estaba más que preparado para mejorar su vigésimo puesto en Augusta o su décimo en Merion; Miguel Ángel Jiménez pareció comprender a la perfección las exigencias de Muirfield, y a base de recapitular años en la élite se sumó a las primeras posiciones en los inicios del torneo; Eduardo de la Riva mostraba su faceta más contundente, Rafael Cabrera-Bello se reencontró con su putter… En general, los seis hombres parecían preparados para dar una alegría a un golf falto de títulos esta temporada.
Quizá fuera eso lo que más les pesara a todos. Es difícil encontrar una razón por la que todavía ninguno ha conseguido triunfar en Europa o Estados Unidos, ya que oportunidades no les han faltado. El golf es así, se podría decir; enormemente generoso en ocasiones y tirano en otras. Una victoria española en el Open parecía demasiado bonita como para producirse y el fuego lento en el que se está cociendo la primera en 2013 tendrá que seguir hirviendo. Las conclusiones, sin embargo, pueden ser muy positivas.
Un jugador de 49 años no debería codearse a esas alturas de su vida con chicos primerizos. Pero Miguel Ángel lleva ya mucho tiempo sin comprender el significado de la edad o el hastío de exigirse siempre ser mejor, y fue el mejor clasificado de la Armada tras finalizar en la decimotercera plaza. Solo en dos ocasiones a lo largo de su dilatada carrera ha conseguido mejorar ese resultado. El reloj sigue contando las horas y cada vez serán menos las oportunidades, pero por alguna razón, viéndole jugar esta semana, es fácil intuir que no será la última.
Tan sorprendente como su rendimiento fue el de un hombre que disputaba su primer grande. Eduardo de la Riva no llegaba con ningún objetivo en mente al Open, tan solo aprender y disfrutar de la experiencia que siempre supone habitar entre los mejores. Hace unos meses no tenía ni la tarjeta del European Tour y esta semana estaba en Muirfield jugando con McIlroy, pasando a hombres como Els o Clarke en la tabla, antiguos campeones, y contemplando cómo lo que un día soñó se convertía en realidad. Estaba más que preparado. Su última vuelta, de 69 golpes, fue un homenaje en toda regla a todo el trabajo en la sombra. Decimoquinto lugar. Primer major. Que alguien le explique por qué no puede ganar en Europa.
Rafael Cabrera-Bello y Sergio García fueron los siguientes en la clasificación con un acumulado de mas siete. El grancanario fue de menos a más, como bien había explicado él al colocarse segundo a las primeras de cambio: “Ahora no hay ninguna presión”. A medida que el campo se secó, Rafa fue cediendo terreno con dos vueltas sobre par el fin de semana. Sin embargo, sus argumentos parecen volver a ser tan convincentes como cuando ganó la temporada pasada en el desierto y es lo que debería llevarse en mente de estos cuatro días. Su golf vuelve a relucir.
Más complicada es la historia de Sergio, que llegaba al tercer grande del año tras varias semanas sin competir y con la rodilla tocada. Sus dos primeras jornadas estuvieron lejos de su mejor versión (75 y 73), pero como casi siempre, dejó buenas muestras de lo que era capaz en la tercera, en la que llegó hasta los 68. Incluso parecía contar con una mínima oportunidad el domingo, que se desvaneció fácilmente con dos errores en sus dos primeros hoyos. A pesar de no haber sumado todavía ningún triunfo este año, García está llevando un gran golf a todos los torneos que disputa y solo una fracción parece separarle de cantar de nuevo victoria.
Gonzalo también fue de mas a menos durante el Open y sus diecisiete greenes en regulación del primer día se fueron difuminando a medida que el viento y el sol secaban un links enormemente exigente. Su acumulado de mas once le situó en quincuagésimo cuarta posición y con la sensación, seguramente, de que podía haber hecho más. Sin embargo, su salto a las grandes ligas es considerable. El objetivo ya no es llegar al fin de semana, sino aparecer el domingo con opciones y, un día, dar el zarpazo que encumbre una enorme carrera.
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