A pesar de jugarse en altura, el fatal desenlace del BMW Championship para Sergio García, con triple bogey en el par 5 del hoyo 17, nada tuvo que ver con la sintomatología asociada a la hipoxia o déficit de oxígeno al que se enfrentan los montañeros en la escalada. Ocurrió en Cherry Hills como podía haberlo hecho en cualquier campo junto al mar. La decisión de no tirar a green de dos golpes dejó huella en la mente del castellonense quien, tal vez, inconforme con la elección, siguió revisando los posos de la misma en vez de centrarse en seguir caminando. Y se estampó. Dos golpes impropios del tercer mejor golfista del momento, así lo atestigua el ranking mundial, terminaron de sepultar las opciones de victoria que él mismo se había fabricado con unos primeros nueve hoyos magistrales.
A pesar de llevar siguiéndole durante más de quince años torneo a torneo, después de verle cimentar una a una numerosas opciones de victoria, aún duele comprobar la desoladora manera en que muchas de ellas se evaporaron entre un cúmulo de circunstancias y una especie de fragilidad mental que humaniza su portentoso golf y le erige en protagonista de numerosas crónicas. Sergio, a pesar de su brillante palmarés, es una especie de personaje maldito y, cada vez más, un underachiever, al menos en lo que victorias se refiere. Parece increíble que en seis años, desde el The Players de 2008, sólo haya podido ganar una vez en el PGA Tour y que hayan transcurrido ya otros veinticuatro meses desde aquella victoria en el Wyndham. Su juego está mejor que nunca, pero sigue fallando con el estoque.
Puede ser oportunista, pero esta es no es la crónica de un hecho concreto, sino el relato de toda una carrera salpicada de dolorosas derrotas que convierten a Sergio en una especie de Raymond Poulidor, ese ciclista francés que tuvo la mala sombra de ser coetáneo de Jacques Anquetil y que aceptó con resignación estoica el lugar que la historia y las circunstancias le tenían reservado. El problema para Sergio es que le crecen los “Anquetil”, que cualquiera puede serlo, aunque en el pasado Tiger y Harrington quisieron ocupar los sillones de honor.
Nada más producirse el colapso mental en el hoyo 17 vinieron a mi mente momentos icónicos de esta carrera brillante pero maldita del castellonense. Quién puede olvidar aquella última jornada del Wachovia Championship en 2005 cuando quiso reventar un hierro 7 en el hoyo 17 para terminar llevándoselo a la izquierda y enviándolo al agua. Aquel domingo partía con seis golpes de ventaja que se esfumaron del todo al perder en el playoff contra Vijay Singh.
Por seguir con el orden cronológico me voy a Carnoustie donde un par en el hoyo 18 le hubiera permitido levantar la jarra de clarete en 2007. Ahora bien, aunque nada tiene de improbable hacer un bogey en semejante monstruo de 500 yardas, siempre discutiremos, aunque en directo la mayoría aplaudimos la decisión, la elección de salir con hierro. Sin duda, con independencia del desenlace, aquella tarde gris en la costa este escocesa empezó a torcerse al pasar la mitad más favorable del campo, los primeros nueve hoyos, con dos golpes sobre par. Una vuelta de +1 habría servido. 73 golpes, por desgracia, no.
Un año más tarde, con Sergio desplegando el mejor golf de tee a green de su carrera, el castellonense volvió a sentir muy cerca la posibilidad de ganar un grande. Fue en Oakland Hills, en el estado de Michigan, donde cuatro años antes había firmado la, probablemente, mejor actuación de un jugador en la Ryder Cup. En esta ocasión no comenzó de líder, aunque al finalizar los nueve primeros hoyos ya ocupaba el lugar de privilegio. Sin embargo, una bola al agua en el 16 desde el centro de la calle y un putt de dos metros fallado en el 17 para dar réplica al birdie de Harrington, frustraron el nuevo intento.
Apenas un mes después, siguiendo con esa racha de buen juego, llegó el Tour Championship, otro torneo prestigioso que Sergio ha tenido cerca y en el que aún no ha podido vencer. Nuevamente una vuelta de par habría servido para mantener a raya a Camilo Villegas, vencedor finalmente en Atlanta gracias a un bogey del español en el primer hoyo de desempate.
Concluyo este “harakiri” con el recuerdo del The Players Championship de 2013. Cinco años después de esa agónica victoria frente a Paul Goydos, la sombra de Tiger y su “gen zurdo”, le invitarían a jugarse todas sus opciones a una carta en el mítico green isla del 17 de Sawgrass. Su bola visitó el agua en dos ocasiones y la posibilidad de repetir victoria en el prestigioso torneo se esfumó.
En estos años también hubo victorias inesperadas producto de remontadas imprevistas y golpes geniales que dieron sus frutos, pero la tendencia, para la desgracia de todos sus aficionados es ésta: golpes desafortunados, visitantes inesperados que realizan vueltas muy bajas y colapsos mentales. A la vista de las circunstancias, y aunque pueda parecer oportunista, como médico aficionado no podría diagnosticarle a Sergio otra enfermedad que no sea el mal de altura. Porque si su juego brilla como pocos cuando viene desde atrás y sin presión, todo cambia cuando su nombre luce al frente de la clasificación y por la mente de Sergio circulan dos posibilidades: la de ganar y la de volver a perder.
1 comentario a “Mal de altura”
Totalmente de acuerdo.
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