No es ninguna casualidad que Tiger Woods, saliendo como líder el domingo, tenga un porcentaje de victorias mayor al noventa por ciento (52 de 56 veces). Cuando alguien se mueve en esas cifras deja de lado cualquier factor basado en el azar para aplicar un método que funciona en prácticamente la totalidad de ocasiones; en su caso, las que sale vestido de rojo con su nombre en lo más alto de la clasificación. Había sucedido tres veces esta temporada: Torrey Pines, el Blue Monster y Bay Hill. ¿Podía repetirse la historia en Sawgrass? Solo había ganado el The Players una vez en este recorrido, hace más de una década, y no parecía que los golpes que demandaba Pete Dye fueran los que más le gustaban.
Sergio García y David Lingmerth eran sus obstáculos más directos en el camino hacia la victoria. Partían con los mismos golpes que él y estaban pegando a la bola como nunca, pero, además, habían demostrado seguir una gran estrategia para atacar este campo. Fallaban por el lado bueno de los hoyos, evitaban los grandes errores y casi siempre se encontraban en disposición de sumar más birdies. La batalla que estaba a punto de iniciarse, por si fuera poco, tenía también tientes polémicos, una tensión adicional creada a partir de las declaraciones de dos de sus protagonistas. Había llegado la hora de callarse, agachar la cabeza y hablar en el campo.
Cuando Tiger sale a jugar los últimos hoyos de un torneo tiene señalados algunos de ellos en los que necesita hacer birdie. No es de extrañar que, en la mayoría de casos, sean los pares 5, que es capaz de alcanzar en dos impactos y donde incluso cuenta con oportunidades de eagle. El primero de ellos en Sawgrass es el hoyo dos. Dicho y hecho: Woods alcanza el green y resta un golpe al recorrido, colocándose con uno de ventaja frente a sus más peligrosos perseguidores. Ha dado el primer paso. Lo que haga en el resto no es tan importante porque si consigue acertar donde lo tiene previsto, les obligará a firmar una gran vuelta. Dos aciertos más en los nueve primeros por tan solo un bogey le sitúan en un acumulado de menos trece, solo en lo más alto de la tabla. El plan está funcionando. La incertidumbre de los primeros compases se transforma en una vuelta a los dominios del Tigre.
Siguiente etapa: mostrarse certero en varios hoyos de la segunda vuelta y eludir los bogeys no forzados. El par 4 del 12 es la primera víctima y también la primera vez en la que saca el puño en toda su vuelta. La ventaja se extiende y, como todo el mundo sabe, Woods no deja escapar el liderato de un torneo con tan pocos hoyos por delante. Pero entonces llega al 14 y pega un golpe que es lo más opuesto a mantener la situación bajo control. Su salida se va al agua y se ve obligado a pegar una madera desde el rough digna del mejor Severiano Ballesteros. Ni un impacto perfecto le libra de salir de allí con un doble bogey. Es precisamente el tipo de error que debía evitar y por los que Pete Dye debe reírse a carcajadas en el salón de su casa mientras contempla la escena del crimen por televisión. El torneo, que parecía una marcha triunfal hasta el 18, sigue abierto.
Sergio García sonríe un hoyo por detrás. Hasta entonces llevaba un día aciago, en el que pateaba para birdie constantemente y en el que nada parecía salir como le convenía. Simplemente: no entraba nada. Parecía cansado, hambriento, sabedor de que necesitaba algo que no encontraba por ninguna parte. Pero entonces Woods falla, él consigue el birdie en el par 5 del hoyo 11 y todo lo que antes transcurría a un ritmo lento y agobiante pasa a moverse a una velocidad endiablada. “Es mi oportunidad”, debió pensar. Y cuando Sergio cree en sí mismo hay pocas cosas que puedan evitar una avalancha de tiros al trapo. Un nuevo birdie en el 13 y tras patear tímidamente para eagle en el 16, se coloca co-líder con dos hoyos por delante. Es probable que nadie haya pegado tan bien a la bola durante toda la semana como él lo hizo durante ese tramo de su última vuelta.
Tiger manda su bola al centro del green en isla del 17 y consigue dos putts desde una distancia muy peligrosa. A pesar de cometer un error inesperado, sigue empatado en lo más alto de la tabla y esa bandera no entraba en sus planes de birdie, por lo que no la persigue. Es un golpe que puede clavar en el objetivo siempre que quiera en la cancha de prácticas, a poco que esté en forma, pero evita los riesgos que implica. El número uno del mundo huye del agua que protege el hoyo por detrás, por la derecha y por debajo del agujero, apostando por la vía de escape. Abandona la idea de dar lo mejor de sí mismo constantemente, en cada impacto, para manejar de la forma más eficiente posible la competición. Es la última etapa de su manual de instrucciones para defender el liderato: no es necesario rayar la perfección para ganar. De hecho, es imposible pegar varias veces seguidas un golpe perfecto, por lo que no es necesario intentarlo cuando la tensión corta el ambiente. Es un suicidio. Lo que hace Woods con ese tímido impacto a green y sacando el par es trasladar toda esas toneladas invisibles de presión hasta Sergio, que llega tan confiado que solo es capaz de ver la bandera amarilla. Fue en 2008 cuando, en la misma situación, dejó su bola a apenas dos palmos de distancia. ¿Cómo no iba a intentarlo ahora? Se sentía bien, sus tiros dibujaban lo que previamente construía en su imaginación, la victoria estaba tan cerca…
Es posiblemente la diferencia más notable entre el número uno y el español. Sergio es pasional, valiente, dice lo que piensa y ha aprendido a cargar con las consecuencias, aunque en ocasiones sean tan abrumadoras como para desviar su atención del campo. Tiger es frío, calculador, habla de distancias, porcentajes, estadísticas… incluso parece posible escuchar los impulsos nerviosos de su cerebro cuando está leyendo un putt para la victoria. Evidentemente, nunca dice algo que no haya pensado con anterioridad. Es la razón por la que ambos son enemigos acérrimos, por la que el público disfruta viéndoles competir y por la que aquel PGA Championship de 1999 resulta inolvidable. Son agua y aceite en un mundo de mimetismos.
Woods mandó un misil al centro de la calle del 18 mientras la bola de Sergio se elevaba en el aire tímidamente. Estaba confiado y salió en línea a bandera. Puede que la adrenalina le hiciera escoger un palo menos, puede que pegara justo el golpe que había planeado, puede que pensara que la victoria estaba cerca… Pero su bola se quedó corta por mucho, al igual que la segunda que envió al lago en el mismo hoyo. La tercera, en la salida del 18, fue la demostración empírica de que se mueve por sensaciones, no por números. Estaba fuera del torneo y, aún así, fue capaz de sonreír y felicitar a Lingmerth por un debut memorable en The Players Championship; una de sus pruebas favoritas, uno de sus campos fetiche.
Woods, después de firmar un último par, atendió a los medios y declaró: “Estoy mejorando”. 78 victorias en 300 torneos. Hace casi un siglo, Bobby Jones declaró: «Me alegra que esta idea de ser invencible en el golf se destroce. El golf domina al jugador, y no hay nadie suficientemente cerca de ser un súper hombre. Sé que yo no lo soy». Puede que el Tigre no lo tenga tan claro.
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