Lo hemos visto en varias ocasiones. Un amateur consigue alzarse con la victoria en un evento profesional y todas las alarmas saltan al mismo tiempo en distintos puntos del globo: existe una nueva promesa. Como nada hay más emocionante en el deporte que un joven de gran talento, es sencillo juguetear con la idea de nuevas victorias, récords de precocidad y un futuro brillante. La realidad, sin embargo, acostumbra a apagarnos esta clase de ideas continuamente. Fue así cuando Shane Lowry ganó el Abierto de Irlanda como amateur en el año 2009. Corría el mes de mayo y en lo que restaba de temporada el irlandés falló diez cortes.
Afortunadamente, la victoria de Lowry demostró algo crucial: el chico tenía talento suficiente para repetir la gesta. Si gestionaba bien las etapas y maduraba a medida que vivía inmerso en el circuito, podía volver a ganar una, dos o muchas veces más, pero con calma. Han pasado tres años desde que se pasara al profesionalismo y lo ha vuelto a conseguir en el Portugal Masters; lejos de casa y en un recorrido y situación completamente distintos. Lowry es ahora mejor jugador que nunca.
Otros nombres figuraban en la clasificación al finalizar la tercera jornada. Ross Fisher y Bernd Wiesberger habían desplegado un golf de muy alto nivel durante la semana y nada parecía ser capaz de ensombrecer el duelo entre ambos el domingo. Pudo ser por tratarse de la jornada final, la presión por el triunfo o quién sabe si ya se sentían ganadores, pero el caso es que ninguno rindió al nivel que merecía el acontecimiento. Wiesberger se mostró incapaz de encontrar los birdies a lo largo de toda su vuelta y en el hoyo 15 todavía estaba al par del campo. Por su parte, Fisher se mostró más fuerte y seguro y en el mismo punto de su vuelta se situaba con menos tres. Con solo tres hoyos más por jugar, se hacía evidente que el torneo estaba en sus manos.
Un nombre fue el primero en posicionarse en la clasificación con menos catorce. El joven irlandés había conseguido cinco birdies y un impresionante eagle en el par 4 del hoyo 11 para finalizar su vuelta con 66 impactos. Lowry esperaba calentando en la cancha de prácticas mientras Fisher terminaba de jugar aquellos tres últimos hoyos, que terminaron resultando devastadores. Un final de bogey, par, bogey le hicieron pasar de menos quince, líder por un golpe, a menos trece, segundo en solitario. Pero más que los números, este final puede resultar muy doloroso para su ánimo y esperanzas futuras. Un jugador que llegó a participar en la Ryder Cup, sin un solo triunfo en dos años, tira por la borda sus opciones de victoria al realizar tres putts en el green del 18. De pasar a ganar un torneo a perderlo en unos pocos metros de distancia.
Fueron las dos caras de este torneo: la del aspirante con su primera victoria profesional y la del campeón derrotado. Lowry, evidentemente, estaba pletórico: «No sé cómo explicarlo. Es un sueño hecho realidad. Todo el mundo se refería a mí como el jugador que ganó el Abierto de Irlanda como amateur, pero ahora he ganado un evento muy prestigioso. No sé muy bien qué decir».
El tercer clasificado con menos doce fue Michael Campbell, que consigue su mejor resultado en un torneo en cuatro años. Buenas noticias tratándose de un campeón del U.S. Open. Sus cuatro vueltas por debajo de los 70 golpes son una señal esperanzadora de cara a próximas citas. El mejor español fue Gonzalo Fernández-Castaño, que realizó 71 impactos en esta última jornada para finalizar 12º. Miguel Ángel Jiménez terminó 27º, Rafael Cabrera-Bello 55º, Carlos del Moral 60º, Pablo Larrazábal 63º y Alejandro Cañizares 68º.
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