No ha habido un solo primerizo que ganara el Masters desde que Fuzzy Zoeller, de algún modo, batiera a Tom Watson y Ed Sneed en un playoff en 1979. Nunca nadie lo ha conseguido con veinte años. Esto, al fin y al cabo, es el Augusta National. La palabra que más se repite esta semana refiriéndose a la competición es experiencia. Lo hemos escrito nosotros, se escucha a los comentaristas de cualquier televisión, lo repiten antiguos ganadores como Nicklaus, Player o Palmer. Cada año, en este torneo, varios veteranos consiguen meterse en la pomada, desde Couples a Cabrera pasando por Miguel Ángel. Seis profesionales con más de cincuenta años superaron el corte esta semana. Augusta, en muchos sentidos, es un país para viejos.
Por todas estas razones, el que Jordan Spieth haya empatado en el liderato del torneo a falta de una sola jornada es una historia de locos. Este chico apareció de la nada el año pasado para asegurar su tarjeta del PGA Tour como nadie lo hace hoy en día: jugando torneos. Ni por la antigua escuela, ni en circuitos secundarios o viviendo la semana de su vida en un campo que conoce a la perfección: simplemente, se dedicó a competir en el circuito como quien llevaba ya tiempo esperando la oportunidad. Terminó tercero en su segundo evento. Había ganado el US Junior Amateur en dos ocasiones, liderado a la Universidad de Texas a triunfar en un campeonato nacional, finalizó vigésimo primero en un US Open como amateur… Con diecinueve primaveras, ganó el John Deere Classic.
Lo único que alguien puede preguntarse al verle caminando por el puente de Hogan es cómo lo hace. ¿Cómo lo consigue? Lo primero que escuchamos de la boca de Tiger Woods fue un “Hola Mundo” que escondía una ambición desmesurada: quería ganarlo todo, no pasaba tiempo con jugadores más experimentados, no llegó a Augusta como amateur pensando en finalizar entre los diez primeros. Desde el primer instante en que pisó estas tierras, el número uno sabía que había venido para ganar y que estaba preparado para ello. ¿Qué hay de Spieth? Es peculiar, respetuoso, agradable. Nunca ha hablado de su destino como jugador. Nunca habla de ganar. En vez de eso, se le escucha por el campo tranquilizarse. “Como mucho, un bogey”. “Sé inteligente”.
Y ahí está, en la primera posición en un acumulado de menos cinco, tras entregar un 70. Es absurdo y maravilloso. Tiene veinte años y está en su primer Masters, ¿por qué? La respuesta básica es la misma por la que Woods ganó por doce golpes de ventaja en 1997 o por la que McIlroy lo consiguió por ocho en el US Open de 2011. Verán, en ocasiones, el talento no se manifiesta de una forma evidente. Estos récords pasaron a la historia como una demostración clara e irrefutable, pero ese toque, sensibilidad, coordinación, reflejos o como se quiera llamar es una diferencia diminuta en lo que a una vuelta de golf se refiere. Son pequeñas ventajas a lo largo de todo un viaje, un barco más rápido para llegar a Ítaca.
El de Spieth va a toda velocidad. Se pudo observar en dos ocasiones. La primera fue en el hoyo 10, donde se encontró con un approach cuesta abajo y un tiro a bandera cuesta arriba, con una duna del Sáhara antes de llegar al green. Era un golpe para funámbulos. Llevó a cabo su rutina y ejecutó un tiro que parecía de lo más simple, finalizando a medio metro del hoyo. La segunda fue en el 15, donde falló la calle y tuvo que afrontar, en su tercer impacto, algo muy similar a lo que llevó a Phil Mickelson a terminar en el agua durante el primer día de torneo. Era algo frágil, sin margen de error. Repitió el proceso y metió su putt para birdie. “Estaba realmente rápido”, dijo. “Nunca antes he pateado en greenes como estos”.
Mientras el torneo giraba sin control, mientras algunos golfistas agarraban una buena racha y la perdían, mientras Gary Woodland igualó un récord de golpes con un 30 en nueve hoyos, mientras Miguel Ángel Jiménez, a los cincuenta años, disparaba un 66; mientras Bubba Watson no conseguía meter un solo putt en el camino hacia un más dos o mientras Mutt Kuchar se pasaba diez metros del hoyo en un putt en el 18, Spieth fue la referencia. Firmó cuatro birdies, dos bogeys, y dijo: “Tienes recuerdos de jugadores que han metido putts en el último hoyo, desde Tiger a Phil, o Adam el año pasado. Simplemente sueñas en lo que podría significar y recuerdas todos esos putts que tiraba con mis amigos cuando era pequeño… para ganar el Masters”.
Kuchar y Blixt saldrán a un golpe mañana. Rickie Fowler y Miguel Ángel Jiménez, a dos. Westwood, Furyk y Björn lo harán a tres, en lo que se prevé la habitual plataforma de lanzamiento a la que nos tiene acostumbrados este evento, impredecible y homicida. Comenzará dentro de unas horas, en los últimos nueve hoyos del campo. Sabemos algo: Augusta ya no es país para viejos porque un chico, de solo veinte años y en su primer Masters, fue una roca.
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