Os presentamos un nuevo relato de golf escrito por Juan José Nieto, autor de El hoyo 20, Martin McLean y El futuro ya no es lo que era, tres primeras entregas de esta nueva sección de la web. En esta ocasión, Juan José nos trae a dos amigos unidos por el golf en una de las noches más mágicas del año.
—Luis, ¿cómo es que aún estás aquí? Está a punto de anochecer y la nieve cae cada vez con más fuerza. Yo ya me recojo, que esta tarde libro por convenio y no quisiera verme conduciendo en medio de una tempestad. Haz pronto lo mismo, que si no tu mujer se va a poner nerviosa.
—Mira por la ventana, anda. Es el viejo Ramón, vinieron sus hijos a buscarlo y no pudieron convencerlo para llevárselo. Ahí sigue propinando topazos y levantando chuletas de dos palmos en busca del primer birdie de su carrera. No puedo dejarlo solo.
—¿Y ese niño quién es?
—Su nieto, creo. Le pidió a su padre que esperara un poco más, pero este se dio por vencido y se fue al hotel a escuchar un concierto de villancicos para hacer tiempo. No sé qué idea se estará formando del golf viendo a su abuelo maltratar la bola.
—Mira, Luis, vas a tener suerte. Parece que ya regresa de terminar el dieciocho. Va directo a guardar los palos en la cochera.
—Eso espero. Estaba a punto de llamar a Laura para que viniera a cenar aquí. Aún quedan algunas tapas que irán a la basura el próximo viernes. Espera un momento… Oh, no…
Ramón acababa de pinchar un nuevo tee en la salida del primer hoyo del recorrido. Su nieto, provisto de gorro y orejeras de lana y abrigado con un polar que abultaba más que su cuerpo, le hizo entrega de la vieja madera de persimón. Tras dos swings de práctica se colocó delante de la bola, se enrolló hasta que su espina dorsal no dio más de sí y se desenrolló de una forma bastante cómica hasta golpear la bola con la punta enviándola directamente a la derecha, hacia un despejado bosque de encinas que, para su desgracia, no formaba parte del recorrido.
—¿Por qué no lo dejamos aquí, abuelo? —propuso el niño sin poder ocultar un gesto de decepción—. Se hace tarde. Seguro que ya está la abuela preparando las bandejas de dulces y frutos secos. Y creo que a las seis venía el tío Nicolás. Quiero escucharle tocar en el órgano Noche de Paz.
—Deja ahí la bolsa y vete. Tienes razón, es tarde, pero yo quiero jugar otros cuatro hoyos, hasta que no quede ni rastro de luz. Seguro que a Luis no le importa esperar un poco más.
La nieve arreció y al viento le dio tiempo de cambiar varias veces su componente en lo que el viejo Ramón culminaba con trece golpes el primer hoyo del campo. “Bueno, a ver si en el dos tengo más suerte”, se dijo, y continuó caminando con cada vez mayores dificultades por el terreno enfangado.
Mientras, en la vacía casa club Luis se había puesto el traje del director ejecutivo del club y se había sentado en un sillón de terciopelo que les había legado la primera socia del mismo, fallecida el pasado mayo.
“Españoles, os deseo una feliz Navidad y un espléndido año nuevo. Es mi deber, porque además lo creo, enviaros un mensaje de optimismo y confianza en esta noche tan especial. Este año, gracias a vuestro esfuerzo y sacrificio, habéis conseguido bajar el hándicap y mejorar vuestro rendimiento en los greens. De igual manera, la reina Letizia y yo estamos convencidos de que el viento soplará favorable para los amantes del golf en este 2015 en el que estamos seguros de que, por fin, Sergio García incorporará un major a su ya envidiable palmarés”.
Se levantó e interrumpió su discurso para asomarse a la ventana, quizá con la esperanza de ver la silueta de Ramón regresando. Caminó de un lado a otro e hizo sonar en su portátil la siempre navideña voz de Bing Crosby. Pasada media hora, mientras cantaba a voz pelada “Silent Night”, unos golpes en la ventana lo sacaron del místico trance.
—Joder, Ramón, ¿qué te ha pasado? —Luis no pudo evitar alarmarse ante las magulladuras que lucía el anciano jugador en el rostro.
Ramón entró cojeando en la gran sala y acogió con gusto el calor que desprendía la vieja chimenea de inspiración victoriana. Con gesto agitado parecía indicarle a Luis que le diera un segundo para poder explicarse. Tras beber un trago de agua y escupirlo a continuación para evitar añusgarse sobre uno de los brazos del sillón antes descrito, procedió de manera solemne.
—Hoyo 4. Par 3. 165 metros. Viento huracanado procedente del oeste y atmósfera glacial me obligan a coger dos palos más de lo habitual. Hierro 4 al draw, bajito, como a mí me gusta. No podrás creer a qué distancia la dejé del hoyo.
—Treinta… metros. —Luis no pudo evitar la carcajada.
—Veinte… centímetros. —Se rio aún más fuerte Ramón mientras golpeaba la mesa haciendo temblar la cubertería que ya lucía preparada para las comidas familiares del día de Navidad.
—“Tap in birdie”, le escuché decir a Nick Faldo desde algún lejano lugar. Y entonces me tiré al suelo para festejarlo y me hice todos estos cortes. Los brotes de hierba parecían cuchillas con el frío. Ya no tengo edad para celebraciones.
Rieron juntos sonoramente, mientras Luis sacaba del congelador una botella de champán reservada para la ocasión.
—Lástima que no tuviera testigos. Me costará convencer a todos esos viejos con swing de escuela y polo de cuello alzado.
—No te preocupes, Ramón. Les diré que lo vi con mis propios ojos. Lo repetiré mil veces, si hace falta, hasta que me crean. Sí, lo diré bien alto —Luis se levantó y zarandeó a su amigo tomándolo por los hombros—. ¡Sucedió en la Nochebuena de 2014 y fue increíble, algo impresionante! La dejó a veinte centímetros del hoyo, ¡a veinte! Pasará a la historia, no me cabe duda.
—Ay, Luis, nunca te lo agradeceré lo suficiente. ¿Por qué no invitas a Laura para que venga a celebrarlo con nosotros? —Acompañó de un guiño la pregunta y elevó su copa en señal de brindis.
—Qué jodido eres, viejo. Menos mal que tú eres el único que sabe que Laura es una preciosa cobaya.
—Y menos mal que tú eres el único que sabe que regresé porque perdí la última bola que me quedaba.
—Después de saltar una valla para tratar de encontrarla en unos zarzales.
—Qué bien me conoces, amigo.
Entonces, Ramón, recomponiendo la compostura tras una nueva y duradera risotada, con un gesto sutil le rogó a Luis que le prestara el teléfono móvil. Tenía un mensaje que enviar a la familia:
“Esposa, hermanos, hijos, nietos, sobrinos y demás chupones, no me esperéis esta noche. Hoy hice mi primer birdie y para celebrarlo cenaré y cantaré villancicos con Bing Crosby”.
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