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Zona Pro

Otra vez él

Enrique Soto | 11 de agosto de 2012

Ni el viento fue capaz de batir a Woods en los greenes, donde estuvo excelso

La obra está completa. Pete Dye no solo había diseñado el Ocean Course de Kiawah Island para engañar a los sentidos, sino para que el viento fuera el elemento final del caos, en el que ni siquiera el control de las distancias fuera una certeza a la que agarrarse. Podíamos ver el jueves cómo en condiciones húmedas y silenciosas su trampa no era efectiva. Más de cuarenta jugadores bajo par en la primera jornada de un major son demasiados para uno de los recorridos más difíciles de Estados Unidos, pero una vez las rachas inconstantes y violentas del océano hicieron acto de presencia la última pincelada de Dye se hacía efectiva, y comenzaba a destruir vueltas. Solo tres jugadores bajaron del par en el turno de mañana.

Vijay Singh fue uno de ellos. Es sobrecogedor escuchar cómo un gigante como él declaró haber tenido problemas para mantenerse en pie durante los últimos hoyos. “Son las condiciones más duras en las que he jugado, y si pones este campo en el medio se convierte en algo brutal. Nadie está acostumbrado a vientos como éstos”. Pero Vijay sabe que gran parte de los problemas que plantea este recorrido vienen en el momento anterior al pegar a la bola, el más peligroso de todos, y supo escoger siempre el palo adecuado. Cinco birdies y dos bogeys fueron suficientes para conseguir la mejor vuelta del día, 69 golpes, y el liderato compartido con otros dos jugadores.

El primero de ellos es aquel que todos parecen esperar, anhelando tiempos en los que siempre encontraba la respuesta al golpe perfecto, la caída adecuada. Son legión los que deben ver a Tiger Woods levantar su decimoquinto major para afirmar en voz alta y contundentemente: “Tiger ha vuelto”. Pero se trata del mismo jugador que ya consiguió ganar tres veces durante esta temporada, el mismo que lideró el U.S. Open durante las dos primeras jornadas como si tuviera todavía veinte años o aquel otro que terminó tercero en el Open Championship, todavía preguntándose cómo su bola terminó tan cerca del talud. Estos tres grandes momentos los protagonizó el mismo hombre, que además nunca elude la presión de igualar al mejor de la historia, sino que se alimenta a través de ella. Sólo hay una frase que un jugador del circuito puede pronunciar con terror al ver la clasificación tras la segunda jornada del PGA Championship: “Otra vez él”. Un jugador así no necesita volver a ningún sitio, sino quedarse muy cerca de donde ya se encuentra.

Los espejismos que plantea Dye exigen de una contundencia incontestable. Al más mínimo atisbo de duda, un error se puede convertir en catástrofe. Tiger cometió varios a lo largo de su vuelta, normalmente cuando se intentaba acercar a bandera más allá de lo prudente, pero nadie podía haber previsto sus respuestas a aquellos fallos. De poco importaba que el putt fuera de seis metros para par o de cuatro para birdie, Woods caminó con tal decisión en los greenes del Ocean Course que en determinados momentos parecía estar jugando como un niño con las caídas, en vez de rogarle a la bola que cayera. En el hoyo 9 dejaba un approach a milímetros del agujero e irónicamente se ponía a leer el putt, en el cuatro señalaba a su bola y sacaba el puño cuando conseguía salvar el par desde kilómetros de distancia. El vendaval no tuvo la misma fuerza que Woods en los greenes. En un recorrido capaz de minar la moral de cualquiera, afrontó los últimos metros al hoyo con una decisión imperturbable, la necesaria para ganar un torneo en estas condiciones.

Sus 71 golpes le sirvieron para llegar al menos cuatro que había marcado Vijay como liderato en casa club, y que posteriormente también alcanzaría Carl Pettersson. El sueco está jugando al golf como pocas semanas a lo largo de su carrera, y ni siquiera el viento parecía capaz de poder frenar su poderosa atracción hacia el hoyo. Ya en el 1 se quedaba corto en su segundo golpe a green y embocaba desde el bunker. Pettersson falló muchos más golpes que en la primera jornada, pero siempre lo hizo hacia el lado bueno o, al menos, el que le daba la alternativa de salvar el par. En multitud de ocasiones se le veía ejecutar un approach agresivo sobre la bola que frenaba violentamente cerca del agujero. Tres birdies y cinco errores para una tarjeta de 74 impactos, desnudando una evidencia: todavía tiene que mejorar para ganar en un Ocean Course incendiado.

A un solo golpe de este triunvirato se encuentra un jugador que no le tiene miedo a nada. Poco le importan las trampas que pueda plantearle el recorrido o que el viento sople en mayor o menor medida. Llega a Kiawah Island y tras un sólido inicio de 70 impactos, se desata un vendaval al que, en palabras de Singh, “nadie está acostumbrado”. Pero él termina su vuelta con un golpe más que el día anterior y sube veintiún puestos en la clasificación. Todos sus rivales se caen, él persiste. Ian Poulter. No ha rendido a su mejor nivel durante esta temporada pero cuando clasificarse para la Ryder Cup comenzaba a convertirse en una urgencia, apareció en el PGA Championship y se colocó en los primeros puestos de la tabla, volviendo a ser importante, dejando su huella en el torneo. Porque un buen estado de forma en el golf es muchas veces pasajero, casi etéreo durante algunos tramos del año, pero cuando el deporte se trata de resistir, aguantar y pelear, hay que imaginarse a Poulter pegando golpes mentalmente, rugiendo de rabia como un boxeador antes de llegar al primer tee.

Ahora todos los factores se han hecho evidentes. El Ocean Course tiene su viento, la clasificación a Tiger en lo más alto, con perseguidores de garantías a la distancia de un mal impacto y el PGA Championship a solo diez jugadores bajo el par. Lo que es capaz de arrastrar una corriente de aire. Jaime Donaldson y Rory McIlroy en menos dos, Aaron Baddeley, Adam Scott, Trevor Immelman y Blake Adams con menos uno. La “Guerra en la Costa” revive más de veinte años después en otro formato, un campo modificado y distintos protagonistas, pero el domingo un jugador se alzará sobre el resto y podrá contar décadas después la historia de cómo consiguió sobrevivir a estas condiciones en Kiawah Island.

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