Óscar Díaz, Augusta (Georgia). Cuando pisas verde por primera vez en el Augusta National, te sientes muy pequeñito. Augusta apabulla, asalta los sentidos, abruma con su belleza y dimensiones. Al franquear la puerta, a los novatos se nos cala una boina invisible de manera autónoma (y da dos o tres vueltas sobre nuestra frente, a modo de rosca-chapa) y se nos reconoce por el semblante embobado y la boca medio abierta. La viva estampa de Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí. Poco a poco, empezamos a ubicarnos, a descubrir rincones, a reconocer iconos que hemos visto mil veces en la televisión. El gesto alucinado torna en mueca feliz, y en la boca se abre paso una sonrisa que corre peligro de hacerse fuerte y quedarse ahí toda la semana. Estilo Joker, para que me entiendan, como si me hubieran plantado un par de grapas más allá de la comisura de los labios para afianzar un rictus que, ya les digo yo, va a variar poco durante los próximos días.
Produce la misma sensación que cuando visitas por primera vez Nueva York, y no pretendo dármelas de viajero cosmopolita. No dejas de mirar a todas partes intentando asimilar la enormidad del escenario, mientras vas descubriendo instantáneas que las series y películas graban a fuego en nuestras cabezas. En este caso, el entorno urbano se transforma en campo de golf, los rascacielos dan paso a pinos y robles, y entre la multitud que puebla ambos lugares, el segundo está salpicado de motas de color, las omnipresentes chaquetas verdes, algunas de ellas vestidas por auténticas leyendas.
Y esa es otra: si es complicado sustraerse a la emoción que genera la avalancha de rincones míticos, es imposible no sentirse como un auténtico privilegiado al compartir aire con Arnold Palmer, Jack Nicklaus, Nick Faldo, José María Olazábal o Bernhard Langer, entre muchos otros. El roble que custodia la entrada de los vestuarios y de la casa club y que tantas sonrisas y decepciones ha visto en los rostros de los jugadores es a la vez punto de reunión, plató y área de entrevistas improvisados, y el talento y los títulos se acumulan bajo sus ramas prácticamente en cualquier momento y basta con quedarse diez minutos por la zona para disfrutar de un auténtico «quién es quién» de la historia del golf.
Pero como buen paleto que soy, perdí la batalla con los topicazos y me embarqué en una intensa búsqueda de rincones paradigmáticos del Augusta National: el gigantesco trofeo albergado en la casa club, el inevitable sándwich de queso con pimientos, los carteles, las cabañas que flanquean el tee del 10, el Amen Corner, los puentes, los estanques del campo de pares 3… Faltaba el árbol de Eisenhower, que perdió la batalla contra los elementos el pasado febrero y cuya posición han marcado con una piña de pino a la izquierda del hoyo 17, y las azaleas, que no han florecido por culpa del frío y las lluvias de los últimos meses. Pero como bien dice Nacho Gervás, compañero de Canal+ Golf, las flores no le hacen falta a este campo y las azaleas son el lacito fucsia con ribetes, un remate un tanto hortera para un recorrido maravilloso. Y yo me apunto a esa línea de pensamiento, aunque no sé si en mí pesa más el irrebatible argumento de Nacho Gervás, un enamorado del Augusta National, o el intento fallido de pragmatismo del bicho protagonista de la fábula La zorra y las uvas. «Están verdes» era allí, «no hay azaleas, no hay problema», es aquí.
En cualquier caso, y según el sentir popular corroborado por mí pese a mi limitada experiencia, Augusta es uno de los pocos campos, por no decir el único, que sale perdiendo en su representación televisiva… y eso que el Masters siempre se ha caracterizado por lo vanguardista de sus retransmisiones y que el HD le hace mucho bien a la fidelidad de las imágenes. Aun así, solo pisando los tapices que tienen por calles eres consciente de la enormidad de lo logrado por Clifford Roberts, Bobby Jones y Alister Mackenzie.
La única pega para los que llegamos a Augusta con intención de trabajar es el «aislamiento» al que te ves sometido por el campo a causa de la prohibición del uso de los teléfonos móviles, una norma que se hace cumplir con tremendo rigor y que inevitablemente se traduce todos los años en la retirada de un buen número de pases o acreditaciones. Pero rules are rules, aunque eso signifique andar un pelín desorientado en este mundo tecnificado que nos ha tocado vivir, y tener que planificar meticulosamente las salidas al campo para ver a quien quieres ver.
La guinda al pastel del día de estreno en Augusta la pusieron los familiares y amigos de algunos de los jugadores españoles presentes en el torneo, empezando por Alicia Carriles y la troupe que comparte esta semana con Gonzalo Fernández-Castaño, y siguiendo por Consuelo y Víctor, padres de Sergio García, que me arroparon con su cariño durante el día, además de compartir batallitas y anécdotas. Al hablar de la chaqueta verde se les ilumina la mirada, aunque la cautela y la dureza de la prueba que afrontarán a partir del jueves los españoles les hagan contener sus ilusiones.
Suceda lo que suceda, aquí estaré durante toda la semana, con la boina calada, para contárselo desde la perspectiva de un «paleto» novato que se esforzará por hacerles llegar siquiera un fragmento de la emoción con la que va a vivir este Masters de Augusta de 2014, el del vigésimo aniversario del primer título de José María Olazábal. Un triunfo español no sería mala manera de celebrar la efeméride…
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1 comentario a “Paco Martínez Soria en Magnolia Lane”
Seguro que estarás disfrutando cada segundo allí.
¡Un fuerte abrazo y esperamos tus jugosas crónicas!
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