¿Qué hay de lirismo en la sangrienta batalla?
¿No es acaso la sangre más espesa que el verso?
¿dónde queda el arte cuando de sobrevivir se trata?
¿cómo llegar al cielo desde el medio del infierno?
Vía US Open. Vía segundo major de la temporada. Como cada año el tercer domingo de junio, Día del Padre en los Estados Unidos, conoceremos al campeón de su abierto nacional, el torneo que da el pistoletazo de salida a un verano repleto de citas de relieve. Sin embargo, antes de dar saltos en el tiempo, de quemar etapas mentalmente sin necesidad de que el planeta siga girando, es mejor detenerse, respirar hondo y prepararse para vivir la emoción y el drama de uno de los eventos más trascendentes del calendario deportivo.
El US Open no es un poema modernista. Tampoco un viejo romance. Tiene más de epopeya griega o de cantar de gesta. Es más guerra que paz, más lanza que escudo, más trompa y menos violín. Para vencer en él son necesarios los atributos de Hércules y la paciencia de Job, la precisión de Guillermo Tell y el instinto de un astuto cazador. En el US Open el par es birdie y el bogey, par. Del mismo modo a la maleza le llaman rough y a un estrecho camino segado a ras de hierba, calle. Los fairways sinuosos y en pendiente premiarán la consistencia desde el tee. Todo lo que no sea calle, salvo fortuna divina, supondrá mirarse cara a cara con un resultado de bogey o superior.
Quiera el Dios Eolo tomarse estos cuatro días festivos acudiendo a visitar a su amigo Dioniso pues, en caso de comparecer, lo anteriormente relatado adquiriría tintes aún más trágicos. El Olympic Club es una joya de diseño con licencia para aniquilar tarjetas y egos, para bajar de la parra a todos aquellos jugadores que a base de resultados diarios por debajo de los 70 se muestran ante el resto de mortales como monarcas de un deporte, el golf, con el que numerosos aficionados combatimos a diario en la cancha de prácticas, el putting green o en el propio recorrido.
Aquí, en estos campos preparados hasta el último detalle, el jugador se humaniza. Regresan a su mente preguntas recurrentes de su época amateur. “¿Serviré yo para este deporte?” “¿Estaré preparado para jugar este campo?” “¿Cuál es el slope y cuántos golpes me regala el recorrido?”. En esta edición, como en todas, los participantes deberán lidiar con golpes buenos que generan resultados malos, con lies casi injugables y con greenes de consistencia vidriosa que se negarán a acoger en su seno a esa dichosa bola blanca.
Como siempre, aquí el US Open no es diferente, el golpe de putt será el que reparta la gloria. La buscan los españoles García, Quirós, Jiménez, Gonzalo y Cabrera. La ansía un revivido Tiger Woods. La merecen tanto Donald como Westwood. La saboreará el jugador que sepa entender que no siempre la poesía es el verso azul y la canción profana. Vencerá el que menos concesiones le haga al campo, el que entienda que también al ritmo de una marcha militar se puede alzar la copa que corona al campeón del Abierto de los Estados Unidos.
Y es que, querido US Open, aunque muchos rechacen tus abrazos, te miren con recelo y critiquen tus andares, no lo dudes: poesía, aunque a tu manera, también eres tú.
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