Mucho se ha hablado de la capacidad de José María Olazábal como motivador, del impacto que causó su charla en la Ryder de 2008, de las lágrimas vertidas por los jugadores en aquel vestuario de Valhalla. Mucho se ha hablado también de la ardua tarea a la que se enfrentaría en la noche del sábado al domingo para alentar a sus discípulos, de las posibles sorpresas en forma de videomontajes o incluso de la presencia de Pep Guardiola, aunque el capitán europeo ya anunció en su momento que no era proclive a contar con famosos al estilo del equipo estadounidense, que se ha apoyado en deportistas de la talla de Michael Jordan o Michael Phelps. El inglés Ian Poulter se lo ha puesto muy fácil al de Hondarribia. Elocuencia pura, máxima intensidad, la mejor motivación para el equipo europeo en una Ryder Cup que parecía escaparse.
Después del KO técnico matinal y del peligrosísimo 8-4 en el marcador después de tres derrotas y una sola victoria (Rose y Poulter, cómo no) en los foursomes, el equipo europeo comenzaba la jornada vespertina de fourballs asomada al abismo de la diferencia insalvable y los inicios no fueron muy halagüeños.
Solo Luke Donald y Sergio García cobraban ventaja rápidamente ante Woods y Stricker, mientras que los otros tres partidos se torcían enseguida por culpa, sobre todo, de las dudas en los greens y de un juego impropio del mejor equipo europeo (sobre el papel y teniendo en cuenta el ranking mundial) de la historia de la Ryder Cup. Colsaerts no dejaba de luchar en solitario y Lawrie recordaba al nefasto Westwood de la primera vuelta contra Dustin Johnson y Matt Kuchar, Rose y Molinari se iban difuminando ante Watson y Simpson, una pareja que empieza a acumular estadísticas de impresión en match-play y McIlroy y Poulter sufrían ante Dufner y Johnson.
El primer punto de la tarde caía del lado americano gracias a los siete birdies en 14 hoyos de Webb Simpson, pero los otros tres partidos se fueron apretando poco a poco. Colsaerts seguía limando todos los bordes de los hoyos (incontable el número de corbatas que sufrió), pero su insistencia acabó contagiando a un Lawrie que se entonó en el tramo final. Aun así, el punto acabó cayendo en manos de Dustin Johnson y Matt Kuchar después de la enésima crueldad que el campo de Medinah le tenía reservada al belga en el hoyo 18, cuando su tiro a green tocó el borde del hoyo y se alejó lo suficiente como para dificultar el birdie posterior, que el belga no convirtió.
10 – 4 en el marcador y caras largas en el equipo europeo, que veía cómo la ventaja de Donald y García ante Woods y Stricker se reducía a la mínima expresión gracias a la reacción del exnúmero 1 del mundo (cuatro birdies en los seis últimos hoyos). Por suerte para los europeos, Stricker, gris durante toda la Ryder, no pudo rematar su amago de reacción en el hoyo 18 y falló el putt que podría haberle arrebatado medio punto a la pareja europea, con lo que el 10 – 5 subía al marcador a falta de que finalizara la partida entre McIlroy – Poulter y Dufner – Zach Johnson.
Como la gesta protagonizada el viernes por Nicolas Colsaerts, la hazaña de Ian Poulter en el tramo decisivo de este partido de fourballs ya ha pasado a la historia de la Ryder Cup. Cinco hoyos rebosantes de concentración, intensidad y efervescencia, cinco birdies consecutivos que dinamitaron la resistencia de la aguerrida pareja estadounidense e hicieron que subiera al marcador un punto heroico que deja la ventaja estadounidense en cuatro puntos (10 – 6).
El mejor broche para un día que empezó muy torcido, una inyección de adrenalina para los miembros del equipo europeo, espectadores de lujo en el green del 18. De rostros sepulcrales a sonrisas abiertas, de gestos adustos a bromas cómplices, de murmullos quedos a voces exultantes, todo gracias a la actuación heroica del jugador inglés. Ya lo decía Sergio García en la rueda de prensa posterior: si hubiera ranking mundial en match-play, Poulter sería el número 0, ya que es aún mejor que el 1.
Salve a Poulter, animal de Ryder, digno heredero de Seve Ballesteros y guionista emérito de los discursos de su capitán. El resto de los golfistas europeos ya saben en qué espejo deben mirarse de cara a los decisivos partidos individuales.
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