Muchas cosas han cambiado desde que el 5 de abril diera comienzo el Masters de Augusta, el primer major de la temporada. Phil Mickelson había conseguido volver a la senda del triunfo en Pebble Beach, un recorrido reservado para las grandes citas, y afrontaba su torneo favorito con el respaldo que le otorgan tres chaquetas verdes. También llegaba en buena forma Rory McIlroy, que tras desmoronarse en la última jornada en 2011 había conseguido resurgir cual fénix desatado en Congressional para conseguir su primer gran trofeo. Era solo el comienzo de temporada pero el norirlandés ya cargaba en sus hombros el peso de considerarse el jugador más joven con mayor talento. Y luego estaba Luke Donald, el número uno del mundo tras ganar el Transitions Championship en marzo y el que mayor regularidad había mostrado durante el último año y medio. Los números decían que era el mejor pero su historial no contaba con un solo grande. Todos ellos estaban llamados a ser protagonistas del Masters 2012.
El golf, sin embargo, siempre nos tiene guardadas ciertas sorpresas y solo en muy contadas ocasiones el favorito a la victoria coincide con el nombre que se graba en el trofeo en cuestión. La acumulación de talento es tan grande en algunos campeonatos que es habitual no contar con uno de ellos para la jornada final y terminar preguntándose: “¿Cómo no pensamos en él?”. Algo parecido iba a suceder aquella semana de primavera en el Augusta National porque el despliegue de aptitudes llevado a cabo por algunos jugadores iba a convertir a este Masters en uno de los más espectaculares de la historia. Tres nombres por encima del resto: Phil Mickelson, Louis Oosthuizen y Bubba Watson.
Mickelson llegó aquella semana al club fundado por Bobby Jones y Clifford Roberts conduciendo junto a su mujer y ataviado con la chaqueta verde que le acreditaba como ganador. ¿La razón? Phil adora todo lo que tiene que ver con el Masters, desde su incontable lista de tradiciones hasta el verde augusta que impregna cada parte del recorrido. Fue el torneo que le permitió pasar de ser un gran jugador a uno de los mejores de la historia en el año 2004 y su estrategia es tan certera allí que se plantó, a falta de 18 hoyos, en el último partido a pesar de haber cometido un triplebogey la primera jornada. El ganador había estado en esa posición en 19 de las últimas 21 ocasiones y el destino del torneo pasaba, una edición más, por sus manos.
La alteración en el transcurso habitual de los acontecimientos llegó muy pronto el domingo. Louis Oosthuizen pegó un hierro 4 a green en el hoyo 2 que mantuvo rodando su bola a través de pianos y ondulaciones durante más de diez segundos y terminó entrando en el agujero. Era el primer albatros de la historia del Masters en ese hoyo y el cuarto desde que Gene Sarazen consiguiera el primero en 1935. El sudafricano levantó los brazos sorprendido y entusiasmado a partes iguales sabiéndose líder del torneo con un global de menos diez. En el mismo partido y a cuatro golpes de distancia, se encontraba Bubba Watson.
No fueron ni Mickelson ni Peter Hanson, que terminaron al par en el día, ni Matt Kuchar ni Lee Westwood viniendo desde atrás. Ni siquiera Padraig Harrington, que hizo tambalear la clasificación a base de decenas de oportunidades de birdie que no conseguía embocar. Fue Bubba, un jugador con un swing capaz de hacer perder el juicio a los mejores profesores del planeta, quien viniendo desde menos cinco fue capaz de igualar a Oosthuizen con menos diez en el hoyo 18. La consistencia, la regularidad o pegar la bola lo más recta posible pasaron aquella semana a ser principios anticuados en el golf cuando Watson cogía más del 70% de greenes en regulación a una media de casi 300 yardas desde el tee de salida. No tenía sentido que alguien moviéndose así pudiera controlar el vuelo de una bola a semejante distancia y una quema de cintas y vídeos de instrucción se antojaba inevitable. Poco después, en el playoff, se hizo evidente la razón por la que Bubba estaba allí y no jugando un campeonato de aficionados. El día en que Severiano Ballesteros hubiera cumplido 55 años, un jugador zurdo de Florida pegó un golpe entre los árboles que hizo cerrar su bola 40 yardas a través de la calle, el green y la lógica. Su talento valía un Masters de Augusta y tras romper a llorar, declaró: “Nunca llegué tan lejos en mis sueños”.
No se la podido ver demasiado el resto del año y más allá de un segundo puesto en el Travelers Championship o un quinto en el Tour Championship, Bubba ha estado discreto durante meses, como digiriendo la victoria y su nuevo lugar en el mundo del golf. Decir que ha sido su mejor temporada sería una perogrullada por lo que cabe preguntarse si volverá a repetir una gesta similar, ahora que todos saben de lo que es capaz. Será su siguiente peldaño y principal objetivo del año 2013: llegar a controlar un talento desmesurado.
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