“El año pasado estaba completamente perdido. Empecé a creer poco a poco y, de alguna forma, ahora estoy aquí”. Eran palabras de Ernie Els tras ganar el Open Championship, cuarto major de su carrera profesional, y retratan no solo la temporada 2011 que vivió el sudafricano, sino también parte de la actual. Ernie afrontó el mes de enero sin haber ganado en dos años y comenzó a firmar buenos resultados en varias pruebas, como el Farmers Insurance Open o el Northern Trust Open. Conseguía pasar el corte pero alguna de sus cuatro vueltas le alejaba siempre de los primeros clasificados. No era el que más calles o greenes cogía ni, a pesar de la ayuda de un belly putter, el que más seguridad mostraba embocando la bola. Pero el sudafricano fue construyendo una muralla de confianza que daría su primera muestra de poderío en el U.S. Open, donde finalizó noveno, y que alcanzaría su máximo esplendor en Royal Lytham.
Nadie esperaba que un jugador de 42 años fuera capaz de ganar aquel Open Championship. En primer lugar, porque Adam Scott había cometido solo cuatro bogeys en tres días de competición y estaba jugando el mejor golf de su carrera. En segundo, porque Ernie partía a cuatro golpes de la cabeza el domingo. Tampoco estaba cogiendo todas las calles ni su putter le salvaba de los problemas, por lo que se trataba de un jugador veterano en una buena semana; nada más. Scott recurría al acoso y derribo y Ernie jugaba tranquilo por las calles de un links, con papeles muy diferenciados y ambiciones desniveladas. Pero como demostró en su día Severiano Ballesteros, la forma de llegar al hoyo no entiende de resultados y durante los últimos cuatro del domingo Els y Scott cambiaron completamente la cara que nos mostraban. El australiano terminó su vuelta con cuatro bogeys y el sudafricano se comportó como el gran campeón que había ganado dos U.S. Open en los noventa y otro Abierto Británico en 2002.
“Estaba jugando con Zach Johnson y su caddie, Damon, me pregunto: ‘¿Cómo te sientes?’ Y le dije: ‘Damon, me siento genial, más relajado que nunca. Me da igual si gano o no, el segundo puesto está bien. Simplemente siento que he jugado un golf decente hoy’. Solo con decirle aquellas palabras me sentí aún más relajado”. De este modo, un torneo que iba a pasar a la historia como el primer grande de Adam Scott, el número 5 del mundo, pasó a ser uno más en la larga lista que nos recordaban que en el golf, como en cualquier otro deporte, es necesario creer para ganar, no al revés. Hubo un pequeño momento en los últimos cuatro hoyos del australiano (probablemente en un putt corto que falló en el 16) en el que dudó y a partir de aquella incertidumbre se desencadenó un final cruel e inesperado. Ernie no solo tuvo el mérito de estar allí cuando sucedió sino que además, sabiendo que podía encontrarse con un putt ganador en el hoyo 18, ejecutó con tal decisión su golpe que pareció partir el centro del hoyo.
Podría decirse que el resto de su temporada tampoco ha sido maravillosa. Dos segundos puestos, cinco top 10 y otras nueve ocasiones entre los 25 mejores son números habituales para cualquier ganador de un major. Pero debemos tener en cuenta que Ernie cuenta ya con 43 años y el tiempo, para bien o para mal, es un factor importante en la carrera de un deportista. Se las ha apañado para fallar solo tres cortes en toda la temporada y no solo ha demostrado que es capaz de seguir creándose oportunidades de victoria, sino que además, cuando lo hace, puede resultar demoledor.
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