El año 2012 comenzó con una pregunta flotando en el ambiente: “¿Volverá Tiger a ser el de antes?”. Había pasado mucho desde su victoria en el U.S. Open de Torrey Pines, donde con solo una pierna había sido capaz de jugar cinco vueltas seguidas en el torneo más duro del año. Un escándalo mediático, nuevo swing, caddie, patrocinadores… Parecía no quedar nada del viejo Woods, el que destilaba confianza, consistencia y una facilidad insultante para ganar torneos. Se puede resumir su trayectoria, incluyendo sus 14 majors, en solo una frase: “Va a meter ese putt”. Porque Tiger, en los momentos de mayor presión y cuando los torneos estaban en juego, siempre embocaba su bola en el hoyo.
Desde febrero hasta marzo pudimos ver una versión que ya conocíamos. A pesar de mostrarse más regular de tee a green que en temporadas anteriores, siempre parecía haber una parte de su golf que no funcionaba a la perfección durante cuatro días seguidos. Fue 15º en Pebble Beach, 15º en el Accenture Match Play y 2º en el Honda Classic. Tiger parecía volver poco a poco a reencontrarse con su mejor versión pero le costaba ganar, y no era difícil verle desesperarse a mitad de ronda. No fue hasta el Arnold Palmer Invitational cuando volvimos a verle rugir en el green del hoyo 18. “¿Es el mismo de antes?”, titulaban los tabloides. La semana siguiente, en Augusta, Woods fue 40º y no consiguió bajar ni un solo día de los 70 golpes.
Las dudas comenzaron a golpear de nuevo a su puerta. La mejora más sustancial del californiano había llegado desde el tee de salida, el que habitualmente había sido su punto más débil durante años. No le pegaba tan fuerte como antes pero nos sorprendimos comprobando que muchas semanas Tiger era capaz de coger más del 70% de calles. ¿Cómo es que no volvía a ganar entonces? Su respuesta llegó en junio en el Memorial, el torneo de Jack Nicklaus, donde a pesar de no desplegar un golf impoluto se impuso al resto gracias a una cualidad que venía cultivando durante toda su carrera: ganar a pesar de las circunstancias. Es algo que McIlroy ha aprendido hace bien poco y que se supone imprescindible para dominar este deporte durante largos periodos de tiempo. Aunque no estén a su mejor nivel, ambos son capaces de hacer menos golpes que el resto. Eran ya dos victorias en seis meses y se acercaba el U.S. Open, la segunda gran cita de Woods en el calendario. De nuevo, al igual que en el Masters, se quedó sin opciones.
La lectura que se pudo hacer de su semana en el Olympic, sin embargo, pudo ser positiva. Woods jugó las dos primeras vueltas a un nivel excelso, cogiendo cada calle y green en regulación y liderando el torneo con la suficiencia de antaño. Al tercer y cuarto día se derrumbó, es cierto, pero más que en cualquiera de sus dos victorias anteriores habíamos podido avistar lo que era tenerle dominando un torneo, como una señal de stop para el resto de aspirantes. Un nuevo triunfo en su siguiente evento, el AT&T National, le colocó como número uno en la FedEx Cup y el primer clasificado en la lista para clasificarse para la Ryder. Parecía que todo volvía la normalidad. “¿Había vuelto Tiger?”, seguían preguntándose muchos. “Le falta un major para conseguirlo”, respondían otros.
No fue ni en el Open Championship, donde terminó 3º, ni en el PGA Championship, donde fue 11º. El año del regreso de Woods se quedó a medias para los que le pedían un grande y exaltó el ánimo de todos los que esperaban con ansiedad su nombre en la clasificación: 19 torneos disputados, 17 cortes superados, trece top 25, nueve top 10, dos terceros puestos, un segundo y tres victorias. La que podría ser la mejor temporada de la carrera de un profesional se quedó a medias porque hubo un tiempo en el que Tiger se resumía en una frase: “Va a meter ese putt”.
Protagonistas del año: Bubba Watson
Protagonistas del año: Webb Simpson
Protagonistas del año: Ernie Els
Protagonistas del año: Ian Poulter
Protagonistas del año: Stacy Lewis
Protagonistas del año: Roger Chapman
Protagonistas del año: Na Yeon Choi
Protagonistas del año: Branden Grace
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