Histriónico, excesivo, genial y divertido, todo eso y mucho más era Robin Williams, un artista que se sentía a gusto transitando por las fronteras del buen gusto, pero que también era capaz de imprimir una ternura infinita a muchos de sus papeles.
Sin duda, la mejor manera de recordarlo es rescatar el monólogo que Williams le dedicó al golf en uno de sus espectáculos, una divertida diatriba con la que se cebaba en algunos de los tópicos de nuestro deporte. Robin Williams, descanse en paz.
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