Lo han visto en los dos últimos torneos que ha disputado: mientras el resto de jugadores se esfuerzan por coger calles y greenes, los parámetros que marcan el orden en una vuelta, McIlroy saca su driver rojo de la bolsa y le pega con una confianza atroz. Ha sido tal el despliegue que ha llevado a cabo en Royal Liverpool y en Firestone que el joven Rory parecía estar una y otra vez repitiendo el mismo golpe. Daba igual su bola impactara en los árboles o cayera en el rough, ya que en el siguiente golpe tenía un hierro corto o un wedge en las manos.
Los números los puso Mark Broadie el pasado domingo: McIlroy ha ganado 1,3 golpes por vuelta a la media de sus rivales en cada torneo de esta temporada. En otras palabras: la principal fortaleza del número uno del mundo comienza en el tee de salida. No ha sido solo este año, sino que este proceso se repite desde que apareciera en escena. En 2013, por ejemplo, con nuevo material y un montón de preguntas en la cabeza, su distancia cayó ligeramente, así como su precisión. Los resultados quedaron bien claros a la vista. Se hizo evidente: si su drive cojea, todo su juego se torna enfermo.
Ha habido otros grandes jugadores que basaban su principal método para sacar ventaja en el perro gordo de la bolsa. Greg Norman, entre todos ellos, quizá fuera el más significativo, ya que iba tan recto y tan largo, en una época donde el material no es el de hoy día, que resultaba escandaloso. Jack Nicklaus fue otro gran bombardero, así como más recientemente Bubba Watson, Ángel Cabrera o Adam Scott. No es ningún secreto: cuando cualquiera de ellos conseguía una buena semana con el driver sus resultados se disparaban en la tabla.
El caso de Rory es quizá especial, ya que su ventaja desde el tee es tan evidente que deja en entredicho, en cierto modo, al resto de su juego. Sus hierros, sus golpes cortos a green, recuperaciones o su putt pueden llegar a ser excelentes en ciertas semanas pero no son, ni mucho menos, los de un número uno; al menos a lo largo de todo un año. Volvemos a los números de Broadie: 0,5 golpes ganados por vuelta con sus tiros a green; 0,2 alrededor de estos y 0,2 pateando. Sergio García, Bubba Watson, Adam Scott, Hideki Matsuyama, Matt Kuchar, Luke Donald… Todos tienen mejores registros que él en estas áreas, en lo que es la demostración cristalina del origen de la tiranía que vivimos en la actualidad. El joven Rory domina la competición por sus misiles tierra-aire.
Es un dominio evidente, pero cuando los titulares hablan de una nueva era no pueden estar pensando en una tan próspera como la marcada por Tiger Woods o, más en el pasado, las de Jack Nicklaus o Ben Hogan. ¿La razón? Los golfistas, en contra de lo que a menudo se piensa, envejecen. El propio Tigre está notando los efectos del tiempo, así como ya lo hicieron Palmer, Ballesteros o Watson, que ganaron su último grande al poco de cumplir la treintena. Y el tiempo, como siempre, dificulta los desafíos; en el caso de los golfistas pone más pruebas en cada área del juego.
Rory a los cuarenta, y probablemente mucho antes, no pueda pegar una media de 310 yardas desde el tee con la precisión con la que cuenta ahora; es imposible, a pesar de todo el trabajo físico que ha hecho crecer su espalda en prácticamente medio cuerpo. Cuando el drive de Rory se resienta lo hará también su juego y pasará por su cabeza algo que también pensó Tiger cuando cambió a Butch Harmon por Hank Haney, o a este por Sean Foley: “Tengo que convertirme en otro tipo de jugador”. Su padre apostó cuando era un adolescente que ganaría el Open. Sería interesante preguntarle ahora si volvería a hacerlo, aunque dentro de unos cuantos años.
Deja un comentario