A raíz del reciente fallecimiento de Bob Torrance, mítico instructor de golf y padre de Sam Torrance, actual vicecapitán de la Ryder, se cuenta una anécdota durante este Open Championship. Por lo visto, a Torrance le presentaron en 2008 a un joven y pecoso jugador apellidado McIlroy a quien le tenía que echar un vistazo. «No toques nada», dijo Torrance, que renunció a incorporarle como pupilo después de reconocer algo parecido a la perfección en el swing del norirlandés.
La perfección es un concepto tan marciano en el ámbito del golf como la fidelidad en un club de intercambio de parejas. Los jugadores se tiran toda la vida buscando el santo grial, descartando swings funcionales (e incluso triunfadores) para perseguir una quimera. Que se lo digan a Tiger Woods y su eterna insatisfacción… Pero si en los últimos años hay alguien que roza ese brumoso terreno, al menos en contadas ocasiones, es Rory McIlroy. Solo así se explican sus demoliciones sistemáticas (aunque puntuales), solo él desprende ese aura de invulnerabilidad cuando está «enchufado» (algo que parecía reservado al mejor Tiger). Y, de vez en cuando, McIlroy aparca sus humanas dudas y consigue dar continuidad a su rendimiento sobrenatural. Como en Congressional en el US Open de 2011, o como en Royal Liverpool en 2014.
Igual que en la segunda jornada del Open Championship, McIlroy comenzaba tropezando en el primer hoyo y salvando un par de pares comprometidos en el tramo inicial, mientras en el partido de delante Rickie Fowler, a quien propusieron como alternativa estadounidense a McIlroy en la Ryder de Celtic Manor, encadenaba un gran comienzo y alcanzaba al norirlandés desplegando un juego espectacular en los doce primeros hoyos.
Y si Fowler estaba bordando el golf, Sergio García no se quedaba atrás y solo le faltaba una pizca más de acierto sobre los greens para reflejar algún birdie más en el marcador. El de Borriol tenía un comienzo complicado al visitar los dos bunkers de green y firmar un meritorio bogey en el 1, pero después recuperaba el golpe perdido en el dos, talismán esta semana, y seguía progresando con otros tres birdies en la primera mitad de vuelta, una cifra escasa para sus méritos. Sin embargo, a partir de ahí el putter no recompensó el acierto en el resto de su juego y tuvo que esperar al hoyo 16 para lograr su último birdie, anulado por el bogey del hoyo 17.
Y cuando sus rivales dieron tregua, McIlroy tiró de repertorio para finalizar con dos eagles, un birdie y un solo bogey en los últimos cinco hoyos y finalizar con -16, una cifra extraña en un Open Championship, y cobrar seis golpes de ventaja sobre Rickie Fowler y siete con respecto a Sergio García y Dustin Johnson. Un final demoledor que relega a sus rivales al terreno de la esperanza y la ilusión, porque la lógica impone un triunfo, el tercero en los majors, del jugador norirlandés.
No obstante, el golf sabe poco de lógicas por mucho que McIlroy esté empeñado en imponer la tiranía de la razón, y más en un links, aunque la discutible e inédita decisión del Royal & Ancient en la tercera jornada (sacar a los jugadores en grupos de tres por dos tees por primera vez en la historia) haya hurtado al torneo parte de la imprevisibilidad que aportan las inclemencias meteorológicas en el Open.
A Santa Bárbara y sus truenos, a su buen juego y a las dudas que puedan surgir tendrán que encomendarse los rivales de McIlroy en esta edición de un torneo que, de momento, parece cada vez más cerca del pecoso jugador de Holywood.
Deja un comentario