Decía un amigo mío con cierta mala leche no exenta de razón que en España, y especialmente en el mundillo golfístico, no se aplica aquello de que «nadie se acuerda del que queda segundo». Somos propensos al garrotazo y al encasillamiento, independientemente de los méritos contraídos, pero en el Bridgestone Invitational, como en el Open Championship hace quince días, Sergio García, el segundo clasificado, solo ha caído ante el mejor jugador del mundo, Rory McIlroy.
La victoria de Rory McIlroy y su ascenso al número uno del planeta golfístico tiene tanto de realidad contundente como de metáfora cargada de simbolismo en un día marcado por la retirada por lesión de Tiger Woods, a quien el cuerpo ha vuelto a decirle basta en un momento decisivo de la temporada.
Desde el principio Sergio García, que salía con tres golpes de ventaja a la última vuelta, no consiguió ser ese objeto inamovible que se opone a la fuerza irresistible de la paradoja, una magnitud física encarnada en Rory McIlroy. El norirlandés comenzaba con cuatro birdies en los cinco primeros hoyos (recordamos que el día anterior cerraba su vuelta con otros dos birdies) y daba la vuelta al marcador con un inicio demoledor y repleto de drives descomunales, hierros precisos y putts certeros. De marcar el ritmo a ir a remolque en apenas 45 minutos de ofensiva.
El español no se rendía, pero veía una y otra vez cómo McIlroy le sacaba matrícula y luego dejaba sus tiros a green más cerca de bandera. Solo quedaba aguantar el chaparrón y buscar alguna grieta en el aparentemente invulnerable jugador de Holywood, que hasta cuando fallaba se veía beneficiado por algunos rebotes afortunados que devolvían su bola a calle. Era el día de McIlroy, uno más.
El jugador de Borriol, no obstante, no le perdió la cara en ningún momento e igualó la contienda en el hoyo 9 después de un gran birdie, pero en los dos hoyos siguientes no consiguió convertir un par de oportunidades factibles y McIlroy volvió a destacarse en el hoyo 11.
A partir de ahí, brega, buenos tiros y un putt que fue uno de los mejores aliados de la semana de Sergio García pero que no lo acompañó en la jornada decisiva, mientras Rory McIlroy se mostraba algo más prudente que en la primera fase de la vuelta e iba amarrando un hoyo tras otro sin meterse en complicaciones.
Por detrás, Marc Leishman defendía su honra con un gran -3 que le permitía acabar en la tercera plaza y Patrick Reed y Charl Schwartzel atacaban desde lejos y finalizaban bien colocados, mientras Phil Mickelson firmaba la mejor vuelta del año para, quizá, aclarar una pizca el panorama a un Tom Watson que no gana para sustos con la baja de Dustin Johnson para la Ryder y la lesión de Tiger Woods.
Entre los españoles, Miguel Ángel Jiménez descendía a la cuadragésimo quinta posición (+3 en el día y en el acumulado), Gonzalo Fernández-Castaño finalizaba sexagésimo segundo y Pablo Larrazábal firmaba una meritoria vuelta de par para terminar un puesto por detrás del madrileño.
Como fin de fiesta, McIlroy terminaba con dos pares rutinarios para hacerse con el título, su segundo gran trofeo consecutivo después del Open Championship, mientras Sergio seguía sin convertir las oportunidades que se procuraba un hoyo sí, otro también, y se quedaba a las puertas de traer el primer torneo de los World Golf Championships a España
Lo mejor es que, como en Hoylake, se ha vuelto a ver un duelo de golf de muchos quilates; lo peor, para Sergio y para la afición española, es que la balanza ha vuelto a caer del mismo lado. Lo esperanzador es que en breve podríamos volver a tener a estos dos jugadores enfrascados en la lucha por otro gran título. Será en Valhalla Golf Club, sede del PGA Championship, dentro de un puñado de días. Sergio García ya ha sido segundo en dos ocasiones en dicho torneo: en 1999, el año de su «presentación en sociedad» ante el gran público estadounidense, y en 2008, el mejor año como profesional del castellonense hasta este 2014. Y sí, recordamos esos segundos puestos (con orgullo, pese a la ironía de mi amigo) y seguimos confiando en que ascienda ese último y resbaladizo escalón para el que cada vez parece más preparado.
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