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Zona Pro

Royal St. George’s: dunas, pesadillas y Goldfinger

Juan Carlos Galindo | 13 de julio de 2011

Grant Leggate es un tipo que sabe de dunas. Ex militar británico, el caddie master de Royal St. George’s era experto en la conducción de carros de combate por los desiertos del golfo Pérsico. Ahora está al frente de un equipo de 130 caddies que tratan de guiar a socios y profesionales por los sinuosos perfiles del considerado por muchos como el campo más complicado de los que acogen un Open Championship, torneo que empieza mañana en Sandwich, a dos horas de Londres.

Odiado y querido a partes iguales, o quizás más lo primero que lo segundo, Royal St. George’s es un links, sí, pero muy particular. Cuando William Laidlaw Purvess llegó allí en 1887 para acompañar a su hermano, historiador, a visitar ruinas romanas se encontró con un mar de dunas donde vio el lugar perfecto para construir un campo de golf en el que poder escapar de los masificados y cada vez peor cuidados clubes de Londres. Se dice que avistó por primera vez este terreno desde la torre de la iglesia de San Clemente y reconoció al instante su idoneidad para ubicar un campo de golf… aunque los poco más de 30 metros de altura que alcanza el campanario y el kilómetro y medio largo que lo separa del links parecen contradecir el pintoresco relato de Purvess.

En Royal St. George’s se juega desde las dunas y por encima de ellas; hay tiros ciegos terroríficos, un par de búnkers (en el hoyo 4 y en el 17, por ejemplo) apabullantes y unas calles que, aunque mejoradas en los últimos años, no garantizan un segundo golpe en la hierba segada al ras, aunque el primer bote sea en pleno fairway. Una guía completa, hoyo por hoyo, se encuentra en la página oficial y, mejor aún, comentada en el Daily Mail.

Una pesadilla para muchos a la que hay que añadir un último factor, imprescindible en cualquier links: el viento. “¿Viento predominante? Eso no existe en St. George’s”, comenta Leggate en una entrevista en Golf World. Los hoyos cambian continuamente de dirección, como en Muirfield, lo que añade el ingrediente que faltaba. La edición de 1938 se recuerda infernal en este sentido. La de 1993, ganada por Greg Norman en este escenario pero sin viento y con todas las vueltas bajo par para un total de -13 (récord), fue justo lo contrario. Es lo que tiene el Open, es lo que tienen los links.

El campo, que no recibe un Open Championship desde 2003, cuando un alucinado y alucinante Ben Curtis surgió de la nada para ganar, ha ido adaptándose a los tiempos. Ahora es más largo (105 yardas extra par un total de 6.490 metros) pero el cambio más significativo se ha producido en el hoyo 4, que ha pasado de ser un par cinco de 497 yardas (unos 448 metros) a un par cuatro de 495. Y con una duna, casi una colina, con un búnker incrustado que puede arruinar cualquier vuelta.

«Quirky» y divertido

Volvamos a esas irregulares calles que llevaron a Jack Nicklaus a calificar la sede del Open 2011 como su links “menos favorito”. Una vuelta de 81 golpes en 1981 contribuyó a esa opinión, sin duda. En 2003 el porcentaje de calles cogidas desde el tee no llegó al 30%. Una de esas bolas fuera de calle pertenecía a Tiger, que la perdió en el espeso rough del hoyo 1 el primer día en 2003. Triple bogey para empezar.

Como tantas otras veces, Gary Van Sickle, de Sports Illustrated, resumía perfectamente el sentimiento de muchos el otro día en Golf.com: “A los jugadores no les gusta porque no controlan la bola. Va para cualquier lado menos recta”. Nick Price, otro que no formará parte del club de fans del campo, aseguraba que es el único links que se juega mejor mojado y blando. Damon Hack, también de SI, remata la labor de acoso y derribo: “Le falta la grandeza de Birkdale, St. Andrews o Turnberry”.

Pero no sólo tiene detractores. El periodista experto en golf Michael Bamberger cree que es genial y que tiene todo lo que se le pide a un links y jugadores como Sandy Lyle, Greg Norman o Ben Curtis lo adoran, aunque su opinión puede que pierda algo de valor si se considera que los tres han ganado allí.

A Thomas Björn, mejor no le pregunten. La pesadilla que vivió en el final de su vuelta de domingo en 2003 (bogey, doble bogey, bogey, par) en los últimos cuatro hoyos a los que llegaba con tres golpes de ventaja es un buen resumen de todos los peligros de este campo. Tras una salida correcta en el 15, la bola termina en el búnker. En el 16 tres dramáticos intentos para sacarla de otro búnker y fin de su historia en un Open Championship que tenía en la mano.

El legendario periodista de la BBC Peter Allis dice que es un campo quirky (estrafalario) y que depende mucho de la meteorología. Juzguen si es un piropo u otra crítica.

Goldfinger se la jugó en el 10

James Bond y Goldfinger se la jugaron en Royal St. George's

Ahora bien, si hay un defensor de Royal St. George’s y a la vez promotor de las excelencias del campo a lo largo de su historia, ése es Ian Fleming. El creador de James Bond y socio del club situó allí una mítica escena de la novela Goldfinger, que se desarrolló a lo largo de tres capítulos del libro (aunque su versión cinematográfica se rodara en el campo de Stoke Poges). Uno de los puntos de inflexión tiene lugar en el hoyo 10 del mal disimulado Royal St. Marks que, por cierto, es uno de los hoyos más complicados del campo. Allí James Bond lograba un gran birdie e iniciaba la remontada en aquel épico duelo match play contra el taimado Auric Goldfinger, que echó mano de todas sus malas artes para vencer al agente secreto.

En 1993, en una edición que ya hemos comentado que fue relativamente sencilla, se firmaron 16 resultados de doble bogey o peor en este hoyo. Además, los caddies del club lo calificaron en un reportaje de Golf World como el que tenía el approach más complicado del recorrido.

Mujeres de segunda, hombres de honor

El campo sí se parece a otras sedes del Open en una cosa: su trato a las mujeres. Cuenta el desternillante Don Wade en And Then Arnie Told Chi Chi, brillante ejercicio de historia del golf en breves anécdotas, que el Royal St. George’s no admitía a mujeres como socias.

El problema llegó cuando Fiona McDonald fue elegida para jugar con Cambridge en un torneo en el ilustre club. Sus miembros, tras una larga deliberación que incluyó una buena ración de whisky de malta y puros, decidieron resolver el problema a las bravas: nombraron a McDonald hombre de honor del club. Era el año 1986. No ha ayudado mucho a su fama el hecho de que hace unos años colgasen un cartel que rezaba: “Se recuerda a los miembros que siempre que estén jugando con mujeres tienen que dar paso a otros partidos si así lo requieren”.

Revolución y esencias

Cuenta Bobby Jones en el prólogo de The Spirit of St. Andrews que cuando visitó St. Andrews se consideraba un revolucionario en lo que a los diseños de campo se refería, pero que fue en el Old Course donde mejor vio reflejadas sus ideas y que esa experiencia cambió para siempre su relación con su trabajo de diseñador.

Royal St. George’s es algo parecido. Es la naturaleza dibujando el perfil de un campo, poniéndole límites, dejando que sean la lluvia, el viento y el sol los que tengan la última palabra. Dice Ben Curtis que cuando llegó en 2003 al campo se puso en el tee del 9, miró hacia delante y pensó “¿De verdad juegan al golf aquí?”. Ya lo creo.

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