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Señales de dominio

Enrique Soto | 13 de noviembre de 2012

Ahí estaba McIlroy en lo más alto del The Peak Tower, en Hong Kong, contemplando una de las urbes más grandes del mundo. No hacía muchos días que se había proclamado vencedor de la Race to Dubai y tampoco demasiado desde que consiguiera la lista de ganancias del PGA Tour o el segundo grande de su corta carrera. Contemplando el panorama que le rodeaba, Rory podía pensar que también puede mirar así el mundo del golf desde su posición actual. Es el non plus ultra, el número uno en todo.

Ahora bien, sus incuestionables números no dejan de ser solo eso, números. Indican señales de dominio que comenzaron la pasada temporada cuando ganó el U.S. Open por ocho golpes de ventaja y tambalearon el modo en que veíamos el golf profesional cuando volvió a conseguirlo en el PGA Championship, hace tan solo unos meses. Más allá del triple número uno quedan las dudas que mostró a mediados de año, cuando falló tres cortes consecutivos y mostró un estado de forma que pocos reconocíamos, o también quedan sus resultados en los tres primeros grandes: cuadragésimo (Masters), corte (U.S. Open) y sexagésimo (Open Championship). Nadie lo discute, él es el número uno. Dominar, sin embargo, es una historia diferente.

Llegar a ser capaz de regir en un deporte como el golf es algo que muy pocos jugadores han hecho por periodos de tiempo prolongados. Es más, puede que solo Jack Nicklaus y Tiger Woods lo hayan conseguido a lo largo de sus carreras. Greg Norman, Nick Faldo, Fred Couples, Nick Price, Tom Lehman… todos ellos llegaron a lo más alto del Ranking Mundial y ganaron grandes, alcanzando en un momento dado el calificativo de “mejor” y copando con ello portadas y titulares. Pero Tiger o Jack llegaron un peldaño más alto porque fueron capaces se sostener una superioridad patente a base de continuas victorias: Nicklaus solía ganar más de cuatro o cinco veces por temporada mientras que Woods, elevando la propuesta a estándares inimaginables, consiguió ganar seis torneos consecutivos en dos ocasiones distintas. Imaginen ahora a McIlroy emulándoles.

Hay una voz que susurra a Rory del mismo modo que lo hacía un plebeyo al gran emperador Augusto (cuyo nombre original era Cayo Octavio), que a su llegada triunfante a Roma pudo escuchar: “Recuerda, Octavio, que eres mortal…” Quizá sea por su frecuente trato con Woods o por la tranquilidad y perspectiva que suele transmitir sobre su futuro, McIlroy parece muy consciente de que se encuentra lejos de dominar nada ni a nadie, y acostumbra a verse como un aspirante más a pesar de la triple corona. Sabe que no puede correr más que el tiempo y esa, precisamente, puede resultar su mayor virtud. La artesanía y el trabajo de la hormiga como armas de futuro. Sus señales de dominio, por otra parte, auguran grandes tardes de golf.

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