Mucho se ha escrito en los últimos años sobre el espíritu de Seve y la verdad es que si la Ryder Cup es hoy en día lo que es mucha culpa de ello la tiene el de Pedreña. Él mejor que nadie encarna el espíritu de la Ryder y me gustaría fijarme en tres anécdotas poco conocidas que resumen perfectamente, creo yo, lo que representaba esta competición para el estandarte de la generación del 57.
Para la primera anécdota hay que remontarse a 1993 y más concretamente a la jornada de sábado. El día anterior la mejor pareja de la historia de la Ryder había ganado el partido vespertino, eso sí, tras perder el matutino. El sábado por la mañana de nuevo volvían a caminar por dónde solían, o sea, por la senda de la victoria. Pero a medida que nos acercábamos a los instantes finales de su partido contra Davis Love y Tom Kite, intuimos que algo estaba pasando cuando vimos a Seve hablar con Bernard Gallacher. Lo que nadie podía sospechar en aquellos instantes era que estábamos viviendo los últimos instantes de una pareja irrepetible en la Ryder Cup, y la pena es que no pudimos saborear como se merecían esos instantes finales. Txema ya lo supo durante el juego, pero Gallacher casi entra en estado de choque cuando Severiano le dice que piense en alguien para acompañar a Olazábal por la tarde pues él prefería descansar de cara a los individuales del domingo.
Seve no estaba en el mejor momento de su carrera y el cántabro lo sabía perfectamente. Para él la Ryder era demasiado importante como para perderla por egoísmo. Por eso, y dado que no estaba del todo fino, convenía ceder su puesto a alguien que lo pudiese hacer mejor. El elegido por Gallacher para ese momento histórico, aunque repito que entonces nadie lo sospechaba, fue Joakim Haeggman, el primer jugador sueco en disputar una Ryder Cup. He tenido la oportunidad de ver a muchos jugadores nerviosos en una Ryder a lo largo de tantos años, pero les aseguro que ninguno como Haeggman. Durante casi nueve hoyos no se enteraba de lo que estaba pasando ni de lo que estaba haciendo por mucho que Txema le intentase animar. Por eso el partido era un paseo militar para un dúo tan fuerte como Floyd-Stewart. En el 9 ya las palabras de ánimo se tornaron en verdadera bronca y parece que surtió efecto y los europeos se pusieron a reaccionar, no sin que antes se pudiesen vivir dos de los momentos más curiosos de las Ryders que he vivido. El primero en el green del hoyo 15, un par 5 donde los europeos hicieron birdie y donde de repente Floyd fallaba un putt de menos de un metro para birdie lo que provocó el delirio del público que veía como los europeos reducían distancias. Pero el gozo en un pozo, pues todos nos olvidamos de que a Stewart le quedaba un putt de 25 metros con dos plataformas que salvar para intentar el birdie y, para asombro de todos, Stewart metió aquel putt. El siguiente momento se produjo en la calle del que iba a ser el último hoyo, el 16. Haeggman había dejado su bola a metro y medio del hoyo para birdie mientras que los americanos estaban también cerca, a unos dos o tres metros cada uno. José María Olazábal le pidió entonces a Haeggman que fuese a marcar su bola y, aunque no acababa de entender que pretendía el español a 90 metros del hoyo, desde lo del 9 ya no se atrevía ni a pestañear. El público que tampoco entendía nada jaleó al sueco en su camino al green pero enmudeció cuando Txema tras pegar su golpe vio que su bola rebotaba en la moneda de Haeggman y se quedaba a escasos centímetros del hoyo. No hicieron eagle y los americanos con birdie se aseguraron el partido. Seve disfrutó de aquel golpe, pero su renuncia y la ruptura de la pareja con Txema no dio sus frutos permitiendo al equipo de Watson ganar en Europa en The Belfry, la última vez que Estados Unidos ganaba en Europa y retenía la copa.
Dos años más tarde, Seve llegaba a la Ryder en un momento de juego muy pobre y por eso le pidió al capitán que no le pusiera en los foursomes puesto que además José María Olazábal no estaba, ya que se encontraba alejado de la competición por sus problemas físicos. Pero no por ello Seve renunciaba a ayudar al equipo. En Ryder había que ayudar incluso llevando las botellas de agua y a Seve no se le caían los anillos y menos si con ello contribuía a la victoria final. Y así fue como el viernes por la tarde en los fourballs se convirtió en caddie de lujo de su compañero de partido, David Gilford, ya que el juego del cántabro seguía ausente. Gilford no se lo podía creer, pero el inglés cumplía a rajatabla todo lo que le decía Seve y eso les permitió dar una paliza a Jacobsen y Faxon. Al día siguiente perdieron y el domingo quedaba los individuales. Me acuerdo de que en la sala de prensa era el único que creía en la victoria y empecé a vislumbrarla cuando Seve alargaba y alargaba su partido contra Lehman dando un exhibición de recuperaciones al norteamericano. Aquel era un partido que todos los europeos daban por perdido de tan mal que estaba Severiano, pero al ver que aguantaba como un jabato Seve insufló al resto de su equipo una confianza que no tenían y por primera vez se ganaron unos individuales a los estadounidenses en suelo yanqui, consiguiendo de paso recuperar la copa.
Y el último servicio que le hizo Severiano a la Ryder fue precisamente en casa, en Valderrama, en la primera vez que la Ryder salía de las Islas. Eso fue posible por la figura de Severiano que tanto había hecho por la competición y esta le devolvía un poquito viniendo a su país. Fue una enorme fiesta del golf pese a las trombas de agua que se abatieron sobre Andalucía aquellos días. Pero España demostró una vez más su capacidad organizativa y Seve su perfecta comunión con una competición que le había encumbrado. Ya sabíamos todos que el binomio Seve-Txema no volvería a repetirse, pero Seve supo encontrar siempre los emparejamientos perfectos, aunque para ello tuviese que despertar a las 4 de la mañana a su vicecapitán Miguel Ángel Jiménez. Eso sí, no supo (o no quiso, porque algo intuía) convertirse en capitán vitalicio de la Ryder tras su victoria como le ofreció el comité de la Ryder. Pero Seve seguía convencido de que volvería a ser jugador Ryder, algo que no se produjo… aunque esa capitanía victoriosa le permitió despedirse por la puerta grande.
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Javier Pinedo es la voz del golf en nuestro país. Este periodista especializado atesora un currículum inigualable y lleva en el «zurrón» innumerables majors, Ryder Cups y competiciones de primer nivel. Gracias a su experiencia y conocimientos, se ha convertido en una referencia ineludible tanto en las retransmisiones televisivas de Canal+ Golf como en su columna mensual en la revista Golf Digest. Esta semana Javier Pinedo nos acompañará con una serie de columnas acerca de sus recuerdos asociados a la Ryder Cup.
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