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Zona Pro

Tiger, Rory y el duelo que ha esperado el golf durante una década

Enrique Soto | 10 de abril de 2013

Es difícil encontrar un atleta que haya sido mejor en su disciplina que Tiger Woods en el golf. Quizá Muhammad Ali en el boxeo, quizá Michael Jordan en el baloncesto. No lo sé. Quizá Federer o Serena Williams en el tenis o Usain Bolt y Carl Lewis en las pistas de atletismo. Es muy complicado comparar cosas tan distintas y, a la vez, tan similares. Sí sé que el golf, de entre todos los deportes, es el que más desafía conceptos como “dominio” o “consistencia”; es más, diría que se trata de algo completamente ingobernable. Se puede llegar a correr muy rápido durante varios meses, se pueden meter cientos de canastas desde la línea de triple y, si se es lo suficientemente bueno, se pueden noquear muchos adversarios bailando como una mariposa. Ahora bien, que alguien venga y pegue dos golpes seguidos idénticos con el driver.

Todos hemos visto cómo, durante un período de diez años, Tiger desafiaba estos conceptos e introducía otros totalmente opuestos. Dicen que cambió el golf para siempre porque sus rivales comenzaron a ir al gimnasio, pero lo verdaderamente increíble que llevó a cabo Woods fue arrancar de este deporte la imprevisibilidad, el drama, la emoción… Si jugaba bien, ganaba siempre; si no estaba en su mejor nivel, es probable que todavía lo hiciera y si directamente jugaba mal todavía tenía una alguna opción. “Tiger está a siete golpes del liderato con tres hoyos por jugar”, solíamos decir. No era el que mejor pegaba el driver, ni el mejor con los hierros, ni el que tenía el mejor juego corto ni el putt más eficiente, pero poseía algo con lo que el resto no contaban ni comprendían: un sentido innato de lo que tenía que hacer para ganar.

Esta fue la historia del golf durante los primeros años del siglo XXI. Todo se construía y desarrollaba en torno a la figura de Tiger. Su brillante cálculo de la estrategia a seguir, su misteriosa habilidad para pegar el golpe correcto en el momento decisivo, su asombrosa imaginación en los greenes, donde le vimos dibujar caídas más típicas del cubismo que de un deportista. Woods manteniendo el liderato en una última jornada, levantando un trofeo, acumulando millones de dólares…

Pero al igual que le ha sucedido a todos los grandes deportistas, el público comenzó a buscar algo distinto. Ali fue el hombre más famoso del planeta durante unos años. Era joven, poderoso, rápido y divertido, pero ¡si hasta bailaba por el ring! Picaba como una abeja y encajaba directos que hubieran parado trenes, pero aunque toda su actuación y su entrega fueran maravillosas, envejecieron, al igual que él, y la sociedad comenzó a buscar a otro ídolo que le proporcionaran nuevas emociones, el siguiente gran hombre. Lo intentaron con Larry Holmes, que era completamente opuesto a Ali, con Evander Holyfield, con Lennox Lewis… Pero el único que consiguió acaparar toda la atención que había quedado vacante fue Mike Tyson, un hombre que, literalmente, hacía que otros subieran al ring y reflejaran lo que es el miedo. Él también sucumbió con el paso de los años.

En el golf ha sucedido lo mismo. El siguiente gran hombre es un chaval de veintitrés años llamado Rory McIlroy y tiene muchas cosas en común con Woods. Pega la bola lejísimos, es capaz de dibujar con sus hierros un vuelto alto hasta los greenes y, aunque no ha pateado nunca como Tiger, sí puede embocar muchos seguidos. Por el resto de cosas no se parecen en nada. Rory gana torneos mandando bolas a los árboles, fallando golpes francos, buscando desesperadamente todos los pares 5 en dos impactos, sin importar las consecuencias. En este sentido, se parece mucho más a Palmer, a Seve o incluso a Tom Watson. Woods es más Hogan, más Nicklaus, busca la perfección y la estrategia imbatible. En esta diferencia entre ambos se encuentra la razón por la que el mundo del golf está en ascuas ante el Masters del año 2013, porque ambos, por primera vez en la historia, parecen llegar a un buen nivel.

Tiger ya no es el jovencito que pegaba drives kilométricos con una varilla de acero pero se ha reconciliado con el instrumento que le otorgó catorce majors, su putter. Es Mozart ante una partitura inacabada. Rory parece haber encontrado en Texas la chispa que encendió su juego a finales de 2012, la que le otorgó su segundo major con una diferencia de ocho golpes con respecto al segundo clasificado. Las piezas están comenzando a encajar y en algún momento ambos tendrán que coincidir en la última jornada de un torneo, es inevitable.

Dicen que cuando Manny Pacquiao pelea las calles de Manila están vacías, la delincuencia desaparece y solo los gatos y los perros pasean por las aceras. No será así en el Augusta National, dado que miles de personas seguirán el torneo. Pero si estos dos terminan disputándose la victoria en la cuarta jornada se creará un silencio magnífico en cada uno de sus golpes, como el de Maracaná en el cincuenta, la tensión se apoderará del público, los comentaristas darán botes en sus asientos y solo quedarán ellos ante el escenario más conocido del mundo del golf, ante ellos mismos. Quién sabe, es incluso probable que no suceda esta semana pero, ¿y si lo hiciera?

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