El deporte es competir y no existe una cumbre final. Una vez alcanzado el listón marcado, se alza un nuevo reto que superar, un nuevo peldaño que escalar que, por pequeño que sea, nunca deja de ser exigente. Cuando el jugador se cree invulnerable comienzan los problemas porque como todos sabemos, el elogio debilita y el campeón debe enfrentarse al dolor si quiere resultar victorioso. Esta semana el desafío se llama U.S. Open y la cumbre, peligrosa donde las haya, lleva el nombre de Olympic Golf Club.
Se esperaba que las condiciones de juego fueran a ser duras, como marca la historia de este torneo, pero las dos ediciones anteriores daban un atisbo de esperanza a los amantes de los birdies y los golpes cercanos a bandera. Pebble Beach y Congressional fueron un oasis en la trayectoria del campeonato de la exigencia, un paréntesis en una lucha por la supervivencia. Ayer, si el jugador se sentía seguro, el recorrido le devolvía el golpe con fuerza. Seis jugadores bajo el par del campo, cinco de ellos posicionados en menos uno.
En este escenario preparado para hacer daño y ser cruel, el jugador más fuerte que ha conocido el golf en décadas surgió entre las calles del Olympic con el método adecuado para salir victorioso. Tiger Woods es uno de los que habitan bajo par y a juzgar por lo que se pudo ver ayer, es difícil no imaginarle el domingo haciendo rugir a las gradas. El argumento fue sencillo: calles, greenes y putts para una vuelta de 69 golpes, pero la forma de desarrollarlo se pareció a una sinfonía. En determinados momentos se podía ver su bola girar en el aire en dibujando el recorrido, en perfecta armonía con los elementos y aterrizando en el lugar preciso, con la fuerza adecuada. “Siempre he preferido que las condiciones sean duras”, dijo al finalizar. “Exige crear golpes y aumenta la importancia de nuestra mente. Eso me gusta”.
Tratándose de un jugador conocido por ejecutar golpes imposibles a lo largo de catorce majors, la de ayer fue la versión de Tiger que sus rivales más temen: el jugador que no falla y se distancia del resto por aplastamiento. Con el peso de la lógica como aliado, Woods cogió diez de catorce calles posibles, aterrizando tres de sus errores en el primer corte de rough y el otro en el bunker. Eso es lo que él llama “tener el control de mi juego” y lo que sus rivales, esta vez encarnados en su compañero de partido Bubba Watson, solo pudieron describir como “algo digno de ver”. Un Woods en esencia, libre de vicios en un swing diseñado para evitar el fallo, ejecutando su partitura a lo largo de 18 hoyos sin escrúpulos. El gesto intenso, concentrado y consciente de que hay 54 pruebas más por delante. El líder de este torneo se llama Michael Thompson, que firmó 66 impactos (solo 22 putts) pero la referencia clara de un campeonato que puede llegar a ganarse sobre el par lleva el nombre de Tiger Woods.
Después de una ejecución de estas características uno se pregunta si existe una alternativa real a semejante despliegue. Porque dejando aparte los 22 impactos sobre los greenes del líder o el albatros de Nick Watney en el hoyo 17 como alteraciones en el equilibrio perfecto, la cruel realidad que saca a la luz el Olympic exige los argumentos que plantea un jugador inmune a los elogios. McDowell o Rose, con un golpe bajo el par, representan junto a Poulter (par) gran parte de las esperanzas europeas esta semana en San Francisco, y en Medinah dentro de unos meses. Mientras que Toms, otro artilugio de precisión, junto a Furyk o Kuchar justifican lo bien que se adaptan a los campos que penalizan los fallos; ellos no suelen cometerlos.
Una semana más Tiger abandona su zona de confort y se disfraza de aspirante, arriesgándose a ser batido y acumular críticas y prejuicios a su ya enorme lista. Mira al objetivo a los ojos, se arriesga y sale al campo con la intención de agarrar el cetro, todavía en posesión de Jack Nicklaus. Los siguientes 54 hoyos, si se repite el guión de esta primera jornada, serán recordados como la biografía de Woods en forma de golpes. La del jugador que se abandonaba al dolor en orden de distinguirse como el mejor de la historia. Rory McIlroy o Luke Donald, con siete y nueve golpes sobre el par respectivamente, ya saben que el precio a pagar es alto.
En medio de esta batalla, Sergio García finalizó con tres golpes sobre el par mientras que Rafael Cabrera-Bello y Álvaro Quirós lo hicieron con cuatro y cinco mas respectivamente. Aliándose con la paciencia y aceptando sin rechistar los errores. Pero este recorrido no tiene piedad y Gonzalo Fernández-Castaño y Miguel Ángel Jiménez lo comprobaron en sus primeros 18 hoyos: diez y once mas respectivamente y abandonando casi con toda seguridad la oportunidad de jugar el fin de semana.
Álvaro Quirós Asian Tour Bubba Watson David Toms Especial US Open 2012 en Crónica Golf European Tour FedEx Cup 2012 Gonzalo Fernández-Castaño Graeme McDowell Ian Poulter Jim Furyk Justin Rose Luke Donald Matt Kuchar Michael Thompson Miguel Ángel Jiménez Nick Watney PGA Tour Phil Mickelson Rafa Cabrera-Bello Rory McIlroy Sergio García The Olympic Club Tiger Woods US Open
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