Muy pocos jugadores llegaron a coger menos calles que Dustin Johnson durante el Hyundai Tournament of Champions. El norteamericano promedió poco más del 50% a lo largo de los 54 hoyos que conformaron el torneo, de lunes a martes, bajo un viento insistente y unas calles largas como las mismas rondas de competición. Steve Stricker pasó del 70% y Brandt Snedeker del 65%, mientras que otros jugadores más retrasados en la clasificación tuvieron números similares. Ninguno, por otra parte, es capaz de pegar trece drives por encima de las 350 yardas, alcanzar varios de los pares 4 de Kapalua en un solo golpe ni llegar a la ficticia barrera de las 400 yardas desde el tee de salida.
Fue una de las razones por las que ganó el primer y accidentado torneo del año en el PGA Tour con autoridad. Mientras sus rivales dibujaban a la perfección la estrategia a seguir en un día de viento (más calles, hierros más suaves a bandera, determinación en los greenes…), Johnson jugó al golf como sabe, esto es, haciendo gritar a la bola con su driver y aprovechando una enorme pegada para atacar todas y cada una de las banderas del recorrido. En ocasiones le salía bien la apuesta, como cuando alcanzó los pares 4 del hoyo 12 y del 14 (birdie y eagle, respectivamente). En otras, sin embargo, se complicaba un torneo que parecía tener agarrado con 18 hoyos por disputar. Porque al igual que parecía tener una mira telescópica en los golpes más tensos parecía perder toda referencia para coger las calles más anchas.
“Lo he hecho en suficientes ocasiones como para que no me moleste”, comentó tras cometer un doble bogey en el hoyo 14 que incluyó un gran hook hacia unos arbustos. “He estado en esta situación y he cometido suficientes dobles bogeys en mi vida que, al final, se trata solo de un hoyo, y tienes muchos más para compensarlo”. Se trata de uno de los aspectos más fascinantes y entretenidos de verle jugar porque, a diferencia de otros grandes jugadores, su golf se basa en el contraste. Mientras que la mayoría son totalmente predecibles, Dustin es impredecible hasta conseguir llevarte las manos a la cabeza. Puede conseguir siete birdies seguidos, embocar su bola aprochando desde la calle o pegar un gancho de 40 metros contra el viento y a través de las torretas de televisión para terminar en un hazard. Mientras otros parecen preocuparse solo por unos buenos promedios al final de la jornada, Johnson saca el driver en la mayoría de hoyos con la naturalidad de quien sigue una rutina de camino a la oficina y mientras es fácil ver arrepentirse y crisparse a muchos al fallar un putt, Dustin pone la misma cara que cuando consigue un eagle. “El golf es un deporte complicado”, parece pensar en ocasiones.
Comenzó la última vuelta del Hyundai con tres birdies en los siete primeros hoyos y en el par 5 del 9, donde parecía que firmaría una eagle gracias a dos cañonazos, salió con un bogey. Volvió a repetir la secuencia poco después, con un birdie en el par 4 del 12 y un doloroso doble bogey al hoyo siguiente, que dejó preguntándose a medio mundo: “¿Cómo no se ha pensado más ese golpe?”. El torneo nunca pareció dejar de ser suyo y los últimos hoyos, que son terreno fértil para los bombarderos, lo confirmaron: menos cuatro en los cinco finales. “Tiene un cuerpo y una constitución muy atléticos”, declaró Steve Stricker al finalizar en segunda posición. “Tiene una flexibilidad enorme. Coloca el palo en posiciones imposibles para el resto y puede usar todo su peso como una ventaja para crear una gran arco y pegarle tan fuerte”.
Ha sido su tercera victoria en el PGA Tour en un torneo disputado a 54 hoyos y con ella consigue encadenar seis temporadas seguidas ganando, por lo menos, en una ocasión. Nadie excepto Tiger Woods ha conseguido hacerlo saliendo de la universidad. Y hablando del mejor jugador de los últimos años, no convendría desechar a Dustin como un candidato firme a igualar otros de sus registros. Ya ha perdido dos grandes (U.S. Open y PGA Championship de 2010) y conseguido siete triunfos en el circuito a sus 28 años, y cuando lo hace es capaz de demostrar un dominio tan incontestable como el de esta semana en Kapalua (cuatro golpes sobre el segundo, seis sobre el tercero). Nunca se sabe, pero cualquiera que pudiera estar viendo ayer la retransmisión se daría cuenta de que sus golpes sonaban distintos a los del resto. Más fuertes, más puros. Los de Rory también tienen un efecto similar y eso, con la creciente dificultad de los campos en los que juegan, es una ventaja o un talento, como lo definía Stricker. Al final, no se trata tanto del sonido sino de la esperanza que provoca, y apostar porque Johnson ganará un major comienza a ser, día a día, una certeza irremediable.
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