Estamos acostumbrados a ver a las mejores jugadoras del mundo rozar la perfección en cada torneo. Sus porcentajes de acierto desde el tee de salida o en greenes en regulación han ido aumentando en los últimos años, concretamente desde la llegada de un buen número de surcoreanas al LPGA Tour, y la receta para ganar ha pasado de encontrar la vía más directa al hoyo a evitar de cualquier forma un mal impacto. Hoy día es más difícil ver golpes inverosímiles desde detrás de un árbol o con la bola enredada en unos arbustos. La victoria pasa por evitar los grandes errores.
En un U.S. Open, sin embargo, la situación cambia porque resulta imposible evitar los fallos durante cuatro días. En algún momento, las jugadoras van a tener que enfrentarse a una bola sepultada en el rough y tendrán que elegir entre la opción segura o la incertidumbre. En momentos como éste el golf pasa a ser algo impredecible, como cuando Bubba Watson pegó un hook de cuarenta metros para ganar el playoff del Masters de Augusta. Un torneo distinto a cualquier otro, en el que las jugadoras se muestran ante nuestros ojos como personas capaces de cometer errores, aunque luchen cada día por evitarlos.
La última vez que el tercer major del año se disputó en el Blackwolf Run Golf Course el resultado ganador fue de seis golpes sobre el par. Era 1998 y Se Ri Pak se convertía en la primera jugadora surcoreana en ganar un gran torneo, con la revolución que esto supondría para su país. Una imagen quedó grabada en las retinas de aquellos que pudieron contemplar la carnicería en que se convirtió aquel campeonato: Meg Mallon, Nancy Lopez y Jane Geddes agitaron unas toallas blancas mientras caminaban por la calle del hoyo 18, al finalizar la segunda jornada. Era la rendición de la lógica frente a las circunstancias; nunca existió la opción de ganar al campo aquella semana. “Esta será la prueba más dura en el calendario femenino”, declaró entonces Ben Kimball, director del U.S. Women’s Open.
El espíritu de esta competición sigue vigente catorce años después, y llega en un momento en que las opciones parecen estar más abiertas que nunca. Yani Tseng ha estado luchando contra sus propios fantasmas durante las últimas semanas, en silencio, buscando a la jugadora que arrasó en cada prueba que disputó la temporada pasada. A pesar de contar con tan solo veintitrés años, es el único major que falta en su palmarés y al igual que Tiger Woods, parece estar luchando contra la historia y los récords que marcaron personas que hoy aparecen en fotos en blanco y negro. El mínimo atisbo de duda sobre sus posibilidades de victoria puede resultar determinante.
“Soy consciente de ciertas cosas, pero prefiero no centrarme en ellas”, comentó Annika Sorenstam en el año 2003, a punto de completar el grand slam. “Solo intento sacar mi juego. Sabía qué podía conseguir, no solo el torneo sino también el grand slam, pero ya hay suficiente presión cuando juegas este campo. Hay suficientes emociones estando ahí fuera y no pienso en la historia o en lo que significaría”. Un discurso muy similar al que Yani ha ido repitiendo siempre que se acercaba una gran cita, pero cuando Annika pronunció estas palabras tenía diez años más que Tseng. “Cuantos más U.S. Open juego, más experiencia cojo. Cada año he estado más tranquila y he sentido menos presión, menos nervios. Este año me siento muy bien”, declaró esta semana la taiwanesa. Al igual que su golf nos dice que está sobradamente capacitada para ganar, la realidad nos advierte de la dificultad de la hazaña.
Y si de sorprender al mundo se trata, hay una jugadora que esta temporada parece encaminada a romper todos los moldes. Azahara persigue en silencio a Tseng, Lewis y Miyazato como las únicas capaces de ganar varias veces este año y ya se ha quedado cerca en varias ocasiones. La semana pasada, su ataque desde atrás se quedó corto por un solo golpe, pero si la victoria hubiera llegado sabríamos que su mentalidad sería la misma de cara a esta nueva cita. Entre todas, es la única a la que las circunstancias no parecen afectarle, sino que es ella la que elige el modo de afrontar la competición. Después de pasar un agobiante calor en Arkansas, la española ya advirtió que podría llegar cansada a Wisconsin, donde se disputa esta semana el torneo. Ella sabe que el desafío será muy grande, y precisamente puede que sea lo necesario para que suba el siguiente peldaño en su carrera. Una segunda victoria, un major, y un golpe de efecto en el golf femenino.
Pero si hay algo que se puede aprender viendo a las mejores del mundo durante los últimos años, es que siempre hay alguna sorpresa. Se repite cada temporada. Una jugadora que llega sin nombre y sin presión, libera su juego en el más exigente de los escenarios. Le sucedió a Shanshan Feng hace unas semanas y se convirtió en la primera china capaz de ganar un campeonato profesional e incluso, a pesar de los pronósticos, le puede suceder a la sobrina de Tiger Woods, Cheyenne, o a una joven y prometedora navarra llamada Carlota Ciganda. Dentro de unas horas comienza el U.S. Women’s Open, una batalla por la supervivencia en un campo preparado para hacer pasar un mal trago a las mejores. No veremos demasiados birdies, pero sí un desafío constante en el que saber encajar las consecuencias de un mal golpe es el alimento necesario para el siguiente hoyo. Aunque sea por una semana, puede ser divertido no ver ganar a alguien con veinte bajo par.
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