Con el olor a pólvora de la II Guerra Mundial difuminado gracias a fórmulas de cooperación internacional como el Plan Marshall o el nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas, el golf daba la bienvenida a su particular Edad Moderna con la despedida de los Hogan y Nelson y el alumbramiento del único e irrepetible Big Three en una época en la que este deporte rivalizó en popularidad con otros más seguidos como el béisbol o el fútbol americano. Tanto Nicklaus como Player no dudarían en atribuirle todo el mérito al Rey Palmer, al Elvis del golf, quien con su personalidad y altivez programada cautivó al gran público convirtiendo lo impensable en inevitable: la llegada de la producción televisiva a los torneos. Gary Player, el Caballero Negro, aceptó el rol de embajador universal, mientras que Nicklaus, el eterno Oso Dorado, simplemente se dedicó a plasmar la perfección sobre los campos de todo el planeta.
Poco a poco, y de manera sucesiva, Palmer, Player y Nicklaus, por este orden, fueron perdiendo protagonismo al tiempo que abandonaban los primeros puestos de las tablas clasificatorias. A pesar de que el principal sucesor fue un estadounidense apodado como El Británico, Tom Watson, lo cierto es que la década de los ochenta asiste a un cambio en el statu quo del golf competitivo con una clara oscilación de la balanza hacia el viejo continente. Allí, en su sucesión de llanuras fluviales, redondeados macizos y relieves jóvenes y enhiestos vieron la luz cinco jugadores que marcarían la historia del golf europeo y que, como si de miembros de una generación literaria se tratase, fueron conocidos como los Cinco Magníficos.
Ballesteros, Faldo, Langer, Lyle y Woosnam, gracias principalmente a la labor de avanzadilla de nuestro Seve, cruzaron fronteras y rompieron con todos los mitos que de manera repetida apuntaban a una superioridad cuasi natural del golf norteamericano sobre el europeo. La conquista del Augusta National y, sobre todo, la primera victoria europea en la Ryder Cup de 1985 marcaron un punto de inflexión en esa vieja tendencia. En estos cinco nombres los matices y diferencias son incluso más apreciables que en el caso del Big Three. Si Faldo jugaba al golf con escuadra y cartabón, Seve prefirió servirse de la intuición. Si Woosnam era todo pundonor, Lyle era todo estilo. Pura clase. Y bueno, Langer siempre fue Langer, un jugador más caliente de lo que hacía indicar su semblante y más preciso de lo que podría hacernos creer su destartalado swing.
El languidecer de esta generación de jugadores europeos coincidió en el tiempo con la época de cacería de Greg Norman, el Tiburón Blanco, y con el nacimiento de un jugador llamado a aspirar a objetivos casi impensables. Sólo un año después de que Faldo firmase su última gran gesta remontándole seis golpes en la última jornada del Masters al propio Norman, Tiger Woods batió todos los récords posibles en el Augusta National.
Sin embargo, después de ganar su octavo grande en Bethpage Black en junio de 2002, y tras romper su prolífica relación con Butch Harmon, el californiano quiso darle una nueva vuelta de tuerca a su swing en una decisión que le acabaría costando el número uno mundial. Así, a finales de 2004, el mundo del golf asistió a la coronación de un fiyiano, Vijay Singh, quien con un juego preciso con los hierros logró camuflar sus carencias con el putter para ganar nueve torneos en el PGA Tour. En ese mismo 2004, tras unos últimos nueve hoyos para el recuerdo en Augusta, Phil Mickelson consiguió su primera victoria en un major deshaciéndose de esa tonelada de presión que le acompañaba al comienzo de toda gran cita. Por su parte, sobre la agonizante hierba de Shinnecock Hills, Retief Goosen logró imponer su templanza y habilidad en el juego corto para vencer en el US Open por segunda vez en su carrera. Sin victorias en grandes, pero con posibilidades reales en todos ellos, se despidió del año Ernie Els, The Big Easy, el quinto jugador de esta relación de estrellas que, aprovechando el bajón en el nivel de juego de Tiger a propósito de su cambio de swing, fueron bautizados como Los Cinco Fantásticos.
Y con el nacimiento llegó la defunción. Desde entonces estos cinco fantásticos han cosechado nueve grandes con la particularidad de que seis le pertenecen a Woods (Masters 2005, US Open 2008, Open Championship 2005 y 2006, PGA Championship 2006 y 2007) y otros tres a Phil Mickelson (PGA Championship 2005, Masters 2006 y 2010). A Vijay Singh el paso del tiempo y sus problemas crónicos en los greenes le han pasado factura y le han convertido en un jugador corriente. Problemas físicos y con el putter también han lastrado a una dupla sudafricana que ha visto como nuevos nombres como Inmelman, Oosthuizen o Schwartzel empezaron a copar las portadas de las revistas especializadas de su país.
Esta pentarquía pagó el precio de ser investida antes de tiempo, de ser coronada antes de merecerlo. En el golf, como en la banca, rendimientos pasados no garantizan rendimientos futuros y eso mismo le sucedió a esta generación frustrada, a este intento por enterrar antes de tiempo el reinado de un Tiger que en los libros de historia figurará como el único dominador del período. Y es que después de la era del Big Three, del romanticismo de los Cinco Magníficos, llegó una dictadura, la de Woods y nadie más. Y si algo hubo o habrá detrás de esta tiranía, será, como se está viendo en la actualidad, una democracia participativa en la que cualquiera, se llame como se llame, podrá tocar la gloria con los dedos.
Deja un comentario