Al término de la jornada del viernes, la cuadragésima cuarta edición del Masters estaba resultando completamente atípica. La lluvia que había caído los días previos en Augusta National y la falta de viento dejaron un campo más lento y receptivo de lo habitual. Tras la segunda ronda, los favoritos se encontraban muy alejados de los primeros puestos y sin opciones reales de victoria. La parte de arriba de la clasificación la copaban un buen grupo de desconocidos, debutantes en su mayoría que apenas reunían cinco títulos del PGA Tour y, sobre todos ellos, un joven de Pedreña que había cumplido los 23 años el miércoles de esa misma semana y que parecía estar jugando a otra cosa.
El Masters de 1980 era el primer Grande que jugaba Seve después de su victoria en el Open Championship el año previo. Los que recordaban su juego errático y disperso desde el tee se sorprendieron al ver un jugador excepcionalmente recto y controlado. En la primera ronda solo falló una calle y anotó siete birdies para un resultado total de 66 golpes que lo dejaban en la primera posición compartida con David Graham y Jeff Mitchell.
La segunda ronda trajo de vuelta al Seve errático que se había visto en el Open Championship meses antes. Los drives rectos de la primera jornada se tornaron hooks constantes, que vinieron acompañados de las excepcionales recuperaciones de un jugador genial. Entre todas ellas se recuerda la del hoyo 17, bastante menos conocida y acaso más meritoria que la famosa del aparcamiento del hoyo 16 en Royal Lytham.
Seve pegó un tremendo hook en el ligero dogleg a la derecha que es el 17 de Augusta National, que acabó con su bola en el green del 7. Andy North y David Graham, que estaban jugando ese hoyo, lanzaron algún pullazo a un Seve que esperaba ceñudo: “¿Quieres que te dejemos pasar?”. “No te quejes Seve, estás más cerca de bandera de uno que yo de tres”. “Tienes putt para eagle”. Seve se alivió por green equivocado y se enfrentó a un golpe ciego que tenía en su línea unos altísimos pinos, un marcador y una grada de espectadores. Seve cogió el hierro siete, se alineó con la esquina del marcador, hizo un par de waggles y pegó un golpe que subió hasta el cielo de Augusta y se perdió por detrás de los árboles. Instantes después se oyó el rugido de la multitud: su bola había parado a cinco metros de bandera. Un putt y birdie que sumados a otros cinco contribuyeron al total de 69 que le dejaban líder en solitario con cuatro golpes de ventaja sobre el segundo.
Las declaraciones de Seve sobre su segunda ronda, con su limitado inglés en staccatto, fueron desconcertantes. Preguntado acerca de las diferencias entre el primer y el segundo día, dijo: “Ayer era jueves, hoy viernes. Esa es la diferencia”. Sobre su juego de uno y otro día dijo: “Todos los hooks fueron birdies, creo que fueron buenos drives. Es muy aburrido ir calle, calle, calle… Los hooks crean emoción. No importa donde pegas el drive si puedes meter el putt”.
La vuelta del sábado fue una montaña rusa con cuatro bogeys, seis birdies, un eagle y solo siete pares para un total de 68 golpes. El eagle lo consiguió en el hoyo 8, un par 5 de 530 yardas cuesta arriba en el que a un buen drive le siguió un soberano hierro 3 que voló 245 yardas para detenerse a menos de dos metros de la bandera.
El domingo comenzó transitando por los mismos caminos trillados de los días previos, con un Seve implacable y el resto descolgándose lentamente incapaces de mantener su ritmo. Seve hizo menos tres en los primeros nueve hoyos y se plantó en el tee del hoyo 10 con diez golpes de ventaja sobre el segundo y con 16 bajo par en el total del torneo. En esos momentos el interés ya no estaba en quién sería el ganador del Masters, sino hasta dónde podía llegar Seve. Tenía a tiro el récord de anotación del Masters, compartido por Nicklaus y Ray Floyd con 17 bajo par, y los 50.000 $ extra que daba como premio la revista Golf a quien lo lograra. Además, podía convertirse en el primer jugador que ganaba un Masters con las cuatro rondas por debajo de 70 golpes.
Seve inició la segunda mitad de la vuelta haciendo tres putts en el hoyo 10, pero casi nadie reparó en ello. Solo importaba que le quedaban por delante 7 hoyos para hacer dos bajo y batir el récord. En el 11 salvó el par, pero Jack Newton, su compañero de partido y segundo clasificado, hizo un birdie dejando la ventaja en ocho golpes.
El hoyo 12 se había mostrado feroz con los favoritos durante todo el Masters. Jack Nicklaus y Tom Watson habían mandado su bola al agua, pero fue Tom Weiskopf el que con mayor rigor sufrió el idílico Golden Bell. El jueves lanzó cinco bolas al agua y el viernes otras dos. Con las cinco bolas del jueves hacía un 13, +10 en un solo hoyo que aún persiste como récord en la historia del Masters.
Seve pegó un buen golpe desde el tee, el impacto fue bueno y la bola se elevó por la trayectoria prevista, pero el viento que se arremolina por encima de los árboles que protegen el hoyo hizo presa en la bola de Seve, la detuvo y la mandó al agua. Seve hizo approach y dos putts para doble bogey mientras que Jack Newton firmaba un birdie que dejaba la ventaja en cinco golpes.
El 13 era un hoyo que Seve había jugado bien durante todo el torneo, haciéndole el birdie en todas las rondas previas. Además, el de Pedreña decía que el 13 era su número de la suerte. En la última ronda pegó un buen drive que puso la bola en medio de la calle. Eligió un hierro 3 para ir a por el green pero tocó la bola ligeramente pesada, lo suficiente para que no pudiera superar el Rae’s Creek que defiende el green. Nuevo drop, approach y dos putts mientras que Jack Newton sacaba su tercer birdie consecutivo. La diferencia se había reducido en siete golpes en tan solo cuatro hoyos y quedaba en tres golpes.
La tensión creció cuando Seve pegó un hook a los árboles desde el tee del 14. Su bola había tenido un rebote afortunado en un arbol y reposaba en una zona de pinaza sin obstáculos interpuestos para llegar al green, pero el tiro no fue bueno. La bola quedó en el green pero estaba lo suficientemente lejos de la bandera como para que los tres putts no fueran impensables. Seve tiró un gran primer putt, hizo el par y Jack Newton, por primera vez desde el hoyo 10, no podía recortar distancias. En declaraciones posteriores Newton reconoció que el hoyo 14 fue el punto de inflexión en la caída libre de Seve.
A pesar de los hoyos previos, en el 15 Seve parecía sereno y relajado. Acomodó su bola en el tee y pegó un descomunal drive de 310 yardas al centro de la calle. 310 yardas de 1980, con el material y la tecnología de 1980, son muchas yardas. Al drive le siguió un hierro cuatro que sobrevoló el estanque y quedó en green. Con dos putts consiguió el birdie que le servía para retomar el control de la vuelta y cerrar casi toda posibilidad de reacción por parte del resto. Tres pares después Seve ganaba su primera chaqueta verde, esa que sigue en su casa de Pedreña a pesar de las normas de Augusta National.
La hora que tardó Seve en jugar el Amen Corner recordó a la última ronda del Open de Royal Birkdale de 1976, en el que Seve salió con dos golpes de ventaja sobre Johnny Miller y 13 hoyos después iba 8 golpes abajo. En aquella ocasión Seve era casi un debutante sin nada que perder; en esta era el vigente ganador del Open Championship y las consecuencias de un nuevo descalabro habrían sido completamente distintas.
El triunfo en el Masters de 1980 encumbró a Seve a la cima del golf mundial, por encima de la estrella del momento que era Tom Watson. La prensa americana dijo de él que jugaba con la potencia del joven Jack Nicklaus, la audacia de Arnold Palmer y el toque con el putt de Ben Crenshaw. Hubo quien lo nombró sucesor de Jack Nicklaus y quien daba por seguro que batiría todos los records que había establecido el Oso Dorado. Con la victoria en el Masters, Seve se convertía en el ganador más joven, arrebatándole el honor a Nicklaus por dos meses, y en el segundo profesional moderno, junto a Nicklaus, en haber ganado dos Grandes a los 23 años. Lesiones aparte, su empeño en colocar el golf europeo en el puesto que se merecía tuvo buena parte de culpa de que no llegara a donde se vaticinaba.
A pesar de haber ganado más veces el Open Championship, el Grande que mejor se le dio a Seve fue sin duda el Masters. En la década aproximada de su máximo esplendor como jugador, entre 1979 y 1990, Seve acabó siete veces en el top 5 (con dos victorias y un play-off de desempate), otra más en el top 10, estuvo en dos ocasiones a punto de entrar en él y no pasó el corte en otras dos. Hay que recurrir a los más grandes del golf, como Tiger, Mickelson, Nicklaus, Palmer o Gary Player para encontrar cifras semejantes. Los motivos de esos resultados hay que encontrarlos en la propia filosofía con la que se diseñó Augusta National, un campo pensando para premiar la valentía, el ingenio, la creatividad y la imaginación del jugador, virtudes todas de las que Seve estaba sobrado.
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