No, no se avergüence. Imagino que si ha decidido invertir un par de minutos en la lectura de este artículo es porque se declara amante del golf y, tal vez, del deporte en general. Repito, no se avergüence. El deporte es cultura. Popular, puede, en alguna de sus manifestaciones, lo que no es ningún desprecio, pero también cultura académica cuando se aproxima al arte por imitación de sus formas y oficio. Da igual, el deporte es cultura y su legado a modo de nombres y eventos se estudiará dentro de milenios. También a través de sus propios recintos sagrados: estadios, circuitos, pabellones, pistas, hipódromos y, por supuesto, campos de golf, siempre, claro, que el afán conservacionista inspire a las generaciones venideras, habitualmente desdeñosas con todo lo que huela y suene a viejo.
Procuraré ser objetivo a la hora de elaborar una lista de cinco grandes templos del deporte moderno, (introduzco el adjetivo moderno para que nadie eche de menos el Coliseo) pero como decía José Bergamín lo sería de haber nacido objeto y no sujeto, así que perdonen las interferencias asociadas a mis sentimientos, percepciones y todos aquellos ineludibles compañeros de viaje que nos hacen ser quiénes somos. Sin más preámbulos, allá va la pregunta: ¿qué cinco lugares asociados al deporte deberíamos visitar al menos una vez en la vida?
Yankee Stadium. La primera parada nos sitúa en el distrito neoyorquino del Bronx, fronterizo con Manhattan, en lo que a ojos vista es, y la estadística demográfica demuestra, un auténtico mosaico de etnias y culturas. Tradicional puerto de destino para numerosos emigrantes latinoamericanos y cuna indiscutible del rap y del hip-hop, el barrio alberga el gran monumento del mundo del béisbol, aunque su encarnación actual no es la que pisaron las leyendas de las que hablaremos a continuación, ya que fue demolida en 2010. En el Yankee Stadium jugó Joe DiMaggio, nombre cómodamente instalado en el imaginario colectivo del folklore estadounidense por su relación con Marilyn Monroe. Pero no se equivoquen: si DiMaggio fue un fantástico bateador, nadie en el mundo del béisbol discute la primacía de Babe Ruth, otro yankee. La Associated Press lo nombró mejor deportista del siglo XX y ningún neoyorquino, a pesar de hayan transcurrido casi setenta años desde su muerte, ignora su nombre.
All England Lawn Tennis and Croquet Club. Cambio radical de contexto. De Nueva York a Londres, de Bronx a Wimbledon, del deporte del pueblo a la expresión deportiva de los aires aristocráticos. Baste decir que la patrona del club es la reina Isabel II y el presidente, su primo Eduardo de Kent, lo que no es obstáculo para destacar su espíritu filantrópico. Desprovista de ánimo de lucro, todos los ingresos que obtiene la institución, principalmente los derivados de la organización del torneo del Grand Slam, van destinados a financiar el desarrollo del propio deporte del tenis en el Reino Unido.
Durante la Segunda Guerra Mundial, como consecuencia de la Batalla de Inglaterra, de infaustas consecuencias para el patrimonio artístico británico, numerosas bombas cayeron sobre sus instalaciones. Sus pistas no eran un objetivo, pero los pilotos alemanes, de regreso a su país, decidieron soltar lastre de tan indecorosa manera. Por suerte, las bombas fueron sustituidas por los saques y voleas de los mejores jugadores del mundo. Cómo olvidar la final de Wimbledon de 2008 entre Federer y Nadal, que terminó ganando el español en la más absoluta penumbra.
Madison Square Garden. De regreso a la ciudad que nunca duerme nos detenemos esta vez entre la Séptima Avenida y la Calle 33, donde compartiendo solar con la Estación de Pennsylvania se alza majestuoso el MSG. De hecho, la ampliación de la estación, programada para dentro de ocho años, pondrá fin a lo que habrán sido 55 años de existencia en esta localización (de hecho, la actual es la cuarta sede de una historia que comenzara allá por 1879 en la Avenida Madison, de la que toma el nombre). En su recinto se sucedieron hechos improbables: perdió Ali ante Frazier en la conocida como “Pelea del Siglo”, y ganaron los Knicks los dos únicos anillos de su historia, en 1970 y 1973, bajo la égida de otro Frazier, Walt. Desde entonces una larga sequía edulcorada por el título de la Stanley Cup obtenido por los Rangers, los otros inquilinos de la instalación, en 1994 (año en el que los Knicks tuvieron dos oportunidades para ganarle el anillo a los Rockets de Houston y haber logrado un histórico doblete para el Madison)
Alpe d’Huez. Hay que pedalear durante 15,8 kilómetros para ascender a 1.850 metros tras 21 curvas enmarcadas por más de 400.000 aficionados que acampan durante días esperando la llegada de los mejores ciclistas del mundo. Hay muchas cimas míticas en el ciclismo, pero ninguna tan famosa como la de este puerto alpino al que el Tour llega desde 1995, por la aplicación de una ley no escrita, un año de cada dos. Que Coppi fuera el primer ganador en su cumbre es un buen aval. Que la leyenda, no siempre trasladada a los hechos, diga que quien la abandona como líder vencerá el Tour, demuestra su trascendencia. Sobre ella voló Pantani tratando de desarmar el celestial pedaleo de Indurain. En ella se decidirá, nuevamente, la edición de este próximo verano.
Augusta National. Dejo para el final mi objetivo primero, el sueño de todo amante del golf. Si Dante pudiera resucitar para revisar su Commedia, a buen seguro reservaría un lugar en la geografía del Paraíso para esta obra de Alister Mackenzie, para este obsceno (porque es obsceno imaginar algo tan bello) sueño de Bobby Jones que en abril, en pleno estallido de la primavera, se pone sus mejores galas para recibir a los mejores golfistas del mundo con el verde vidrio apenas cubierto de bentgrass de sus greenes, la blanca arena de sus bunkers y el rosa de las delicadas azaleas que crecen al abrigo de pinos y magnolios.
Eso sí, lo que desde un punto de vista paisajístico y meramente contemplativo se muestra delicioso para los sentidos, se convertirá a partir del jueves en un trayecto por el purgatorio para el alma atormentada de los jugadores. Deberán redimirse los que, orgullosos, se dejen engañar por la generosa amplitud de sus calles. Verán penada su osadía, también, los decididos a atacar cualquier bandera. Así es Augusta, un cielo al alcance de muy pocos al que hay que ir al menos una vez en la vida.
Deja un comentario