En 1994, Gonzalo Fernández-Castaño solo tenía catorce años, pero pudo ver cómo José María Olazábal se vestía de verde en Augusta y ganaba dos pruebas más del Circuito Europeo. Desde aquella mágica temporada, el golf español siempre había sumado un triunfo entre los mejores del viejo continente; una racha de diecinueve años consecutivos. Al vasco se unieron Jiménez, García, Garrido, Cañizares, Quirós, Larrazábal, Lara o Cabrera-Bello, haciendo que un país con un pequeño número de aficionados se convirtiera en una referencia golfística a nivel internacional. Durante los últimos meses, corría peligro de extinguirse.
Lo habían intentado de todas las formas, desde cuando Eduardo de la Riva perdió un playoff en Sudáfrica hasta Álvaro Quirós, que llegó a liderar en un campo que conoce perfectamente el Portugal Masters. Pero no llegaba. La victoria en el 2013 se resistía a teñirse de rojo y amarillo hasta que Gonzalo salió a un impacto de la cabeza en el BMW Masters, desde un acumulado de menos siete. El Lake Malaren Golf Club, imponente con el viento soplando del norte, no había dejado mucho margen de maniobra para atacar banderas y eran muchos los que acostumbraban a visitar el agua o firmar dobles bogeys en los impactos demasiado ambiciosos.
En la última jornada, sin embargo, esas rachas de viento desaparecieron y dejaron al recorrido chino desnudo, sin defensas. Era el momento de salir más agresivo que nunca y no mirar atrás; decirse al final del día, si no se ganaba, que no fue por una falta de convicción. Seis pares abrieron la vuelta de Gonzalo mientras los primeros movimientos se producían en la tabla. “Sabía que no iba a ser una vuelta sencilla, especialmente por cómo empecé”, comentó. “Le estaba pegando a la bola muy mal”. Puede que le fueran necesarios esos inicios dubitativos para desarrollar lo que vino a continuación. “Pero mi caddie me mantuvo tranquilo y me recordó lo bien que le había estado pegando a la bola durante la semana. Comencé a jugar genial después de eso”.
Dos birdies, en el 7 y el 8, fueron un anticipo. Rafael Cabrera-Bello y Luke Guthrie marchaban con más uno en el día y dejaban al madrileño solo en lo más alto, pero sabedor de que el trabajo estaba muy lejos de quedar finalizado. Birdie al 11, birdie 13, al 15 y al 17. Entonces sí. Fueron diez calles, catorce greenes y veintisiete putts los que vieron cómo cobraba una ventaja de tres golpes sobre sus más directos rivales: un Francesco Molinari desatado y un Thongchai Jaidee tan fiable como en sus mejores semanas, en las que dibuja golpes en líneas estrictamente rectas. Gonzalo no había cometido errores, había conseguido seis birdies y salió al 18 como ganador de su séptimo título en el Circuito Europeo. “En el último jugué muy conservador y hasta me costó hacer el seis (doble bogey)”, reconoció. De poco importaba. España seguía sumando por vigésima temporada consecutiva y él subía hasta cuarta plaza de la Race to Dubai, se clasificaba para el HSBC Champions de la semana que viene y roza de nuevo el top 30 del Ranking Mundial, con invitación al Masters incluida.
Pablo Larrazábal, con 68 impactos, ascendió hasta la quinta posición para firmar su octavo top 10 de la temporada; signo de otro triunfo inminente. Rafael Cabrera-Bello firmó un 73 que le dejó octavo; Eduardo de la Riva, gracias también a un 68, subió hasta la decimoséptima posición. Alejandro Cañizares fue cuadragésimo cuarto y Miguel Ángel Jiménez sexagésimo. Gonzalo volvía a hacer sonreír a España. Van veinte y el futuro sigue siendo brillante.
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