Llegaba tras firmar buenos resultados en varios torneos alrededor del globo, pegó un hierro seis hasta el liderato en Tailandia y, después, no lo soltó. Sergio García venció esa resistencia inicial que siempre otorga el primer triunfo en un año en diciembre, tras comenzar sólido en enero, brillar en abril y fundirse súbitamente en el peso que el gran público acostumbra a otorgar a las palabras. Por decirlo de otra forma, y como ya le sucediera antes: ha sido complicado. Como cuando destacó recién cumplidos los veinte y le vimos coger una y otra vez el palo antes de pegar a la bola, o como cuando no terminaban de entrar los putts a punto de cumplir la treintena. Pocos meses, pero múltiples obstáculos.
Sin embargo, todas estas historias, aplicadas al presente, se reducían a mantener un liderato de cuatro golpes sobre Henrik Stenson, el jugador más en forma del mundo, tan henchido de confianza que parece haber convertido el golf en una gestión de la voluntad; “si quiero hacer birdies, solo tengo que desearlo”, transmitía desde el verano. García, que ya ha ganado tantas veces como para saber apreciar toda la dificultad que implica, igualó el birdie del sueco en el uno, siguiendo el plan que trazó ayer (“Si comienzo conservador puedo darles una oportunidad de cazarme”). Cuando Henrik rescató otro acierto en el dos, ya estaba preparado para responderle.
No le hicieron falta esta vez las palabras para conseguirlo porque Sergio, según aprendió con Woods, cuenta con todas las aptitudes para vencer en el campo, y no en los micrófonos. Llegó un acierto en el tres y un bogey en el siete, pero el juego estaba palpitando muy dentro de él, buscando una forma de salir al Amata Springs Country Club. En el diez, once y doce se desató al galope, con tres birdies. En el quince, y con su ventaja afianzada, cerró un campeonato que no cuenta con el prestigio de un major; ni siquiera con el de una prueba regular del PGA Tour, pero que contaba con los mismos hombres a los que tendrá que medirse dentro de bien poco. No es una victoria vistosa para el curriculum, sino para el futuro inmediato. García ha ganado el Thailand Golf Championship con las mismas armas que debería utilizar en las grandes citas.
“Ha sido genial, una semana increíble”, declaró tras finalizar. “Ha sido muy especial por ser la última semana del año y por tener a Katharina (su pareja) llevándome la bolsa. Sabía que Henrik me lo iba a poner complicado. Venía jugando muy bien, y lo volvió a hacer. Pegaba un golpe bueno tras otro. Hice bogey al siete y tuve que salvar un buen par en el nueve después de algo de mala suerte con mi approach. Luego hice tres birdies muy importantes y me creé una pequeña ventaja. Sabía que con finalizar con dos pares el torneo era mío, y asegurándome el no tirarla al agua en el 18 también. En cuanto pegué el hierro seis a green y la bola salió de la cara del palo, sabía que estaba hecho”.
Fue un acumulado de menos veintidós para el castellonense, aventajando en cuatro impactos al sueco. Alexander Levy, tercer clasificado, se quedó a ocho. La temporada, ahora sí, ha finalizado y seguro que García ha podido sacar conclusiones importantes. Ya no es el chico que iba a cambiar este deporte para siempre, marcando épocas de duelos titánicos con Woods; no va a pegar golpes como aquel en Medinah, desde el árbol, cada semana. A pesar de las críticas, ha sabido abandonar parte de los sueños de un niño de diecinueve años, una tarea que puede llegar a ser tan titánica como la de vencer en Augusta. Sergio, este año, ha seguido sumando experiencias para el futuro y ya no mira atrás. No es un chico prodigio, sino un jugador que busca su pequeña muesca en la historia. Un deportista hambriento.
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