Todavía huele a pólvora en Dove Mountain. Ya es de noche y han pasado varias horas desde que Jason Day derrotara a Victor Dubuisson en la final del Accenture Match Play Championship, pero tiene que oler a pólvora tras veintitrés hoyos tan intensos. Los verdugos de Rickie Fowler y Ernie Els se habían citado en el último partido como los jugadores más consistentes de la semana. No eran los que más birdies habían hecho y pasaron, a lo largo del campeonato, por varios momentos en los que pudieron ser eliminados. Pero llegaron a la final a base de aguantar embestidas y aprovechando sus momentos, cerrando partidos cuando la ocasión se presentaba. Especializándose en esta otra cara del golf llamada match play.
Y la final fue espectáculo. El desierto de Sonora ha vivido un duelo hoyo por hoyo hermoso como pocos, generoso y lleno de vitalidad, completo, monumental. Quizá porque sus componentes arrastraban ya un duro partido por la mañana; porque habían eliminado a rivales de la talla de Oosthuizen o G-Mac; quizá fuera porque ninguno conseguía distanciarse en exceso en la clasificación; o quizá puede que su enfrentamiento resultara memorable porque ambos se parecen en bien poco. Day es un jugador consistente en sus mejores semanas y goza de una concentración excelsa que le ha llevado a destacar durante los últimos años en las grandes citas, lo que él llamó esta semana como “pequeño mundo”. Dubuisson, por su parte, camina por el campo como si estuviera buscando constantemente la bola, algo despistado, pegando un golpe por allí y otro por allá. Mientras uno parecía estar jugándose la vida en el torneo, el otro simplemente parecía estar disfrutándolo.
Así se pasaron los primeros hoyos de la final, cada uno con su estilo. Day firmó dos birdies en los dos primeros hoyos y Victor, para no ser menos, le respondió ganando los dos siguientes con otro birdie y un par. Cuando empataron el cinco y el duelo estaba equilibrado, seguramente resoplaran. Aquella era una forma de decidir un torneo, en un mano a mano a través de todo el recorrido. Jason había destacado en ejecutar a la perfección un plan de juego que no le metía en demasiados riesgos. Sabía que una bola cercana a una cactus era sinónimo de hoyo perdido y planeó una vía para no pisarlos nunca. Cuando tenía que recuperar, lo hacía como en los grandes: falló 36 greenes en regulación y salvó el par en 32 ocasiones (un 89% de las veces). Pero no fueron salvaciones milagrosas ni tiros imposibles. La estrategia del australiano le impedía arriesgar hasta meterse en problemas serios.
Dubuisson, por su parte, también tenía plan, o al menos le vimos coger la madera tres en varias ocasiones desde el tee. Pero su método de ejecución no era ni mucho menos tan preciso porque se ha dedicado prácticamente toda la semana a buscar desesperadamente las banderas, como un perro persigue una pelota. Victor solo dejó de atacar cuando su golpe de salida le impedía una vía hacia el trapo. Eran dos jugadores muy distintos y parecía que la versión de Day, más metódica y profesional, podría terminar imponiéndose, al menos entre los hoyos seis y nueve. Si Victor le había empatado, él tenía que responder como los campeones, con autoridad. Birdie al seis, birdie al siete, birdie al ocho y, con su rival fuera de juego, otro hoyo ganado en el nueve. A mitad del encuentro entre estos dos hombres, Jason dominaba por tres hoyos de ventaja. Se estaba imponiendo su concentración, el plan que tan cuidadosamente había diseñado en el hotel.
Pero el problema es que su rival, a diferencia de otros que había dejado en el camino, caminaba por el campo como si no hubiera sucedido nada. Hizo de los hoyos que le quedaban un asunto personal, como si el que le fuera ganando no importara en absoluto. Dubuisson hizo par en el diez, birdie en el once y otro par en el trece. Estaba encontrando su golf, mucho más disperso que el del australiano, pero también brillante, tanto en pegada como en agresividad. Cuando hizo otro birdie en el 13, no solo se puso dos abajo en el marcador, sino que había demostrado a Day como se puede tener el partido bajo control a pesar de ir perdiendo. En los siguientes tres hoyos, ambos firmaron los mismos números: par, birdie, par. Day estaba dos arriba con dos hoyos por delante y el tiempo jugaba a su favor.
Ahí llegaron los dos primeros destellos de raza del francés, cuando le pusieron contra las cuerdas. En el diecisiete firmó un birdie improbable. En el dieciocho salvó un par con la presión de un campeonato en sus hombros. No solo se había dado una oportunidad de ganarlo, sino que lo había hecho en los dos últimos hoyos ante un rival que no fallaba nunca, o al menos rara vez esta semana. “Solo jugaba como si no tuviera nada que perder”, declararía después. Lo que vino después de aquello fue todavía más impactante .
Day continuó desplegando su golf control sobre Dove Mountain, repitiéndose “esto es lo que más quiero en el mundo”, como diría después, o que siguiera “trabajando duro y de forma inteligente”. Al fin y al cabo, ha tenido ya varias ocasiones de victoria en torneos importantes, pero solo había ganado una prueba del PGA Tour. Dubuisson, por su parte, siguió impreciso por momentos y brillante por otros, pero que muy brillante. Salvó el par en el diecinueve con un approach desde un cactus; en el veinte, desde un terreno similar lleno de piedras, cogió el wedge y le pegó al suelo como si no hubiera bandera o un hoyo delante, solo para sacarla de allí. También salvó el par. Fueron momentos difíciles para él que solventó con la misma naturalidad que quien se dedica profesionalmente al escapismo.
El final llegó en el veintitrés, ya que las recuperaciones de Victor no servían de nada cuando Jason firmaba un birdie. Allí, este australiano de veintiséis años se impuso a un francés de veintitrés para conseguir su primer World Golf Championship, sabedor de que para ascender rápido en este mundo no hay que tener prisa. Gary Player, espectador de lo acontecido, declaró: “No estoy seguro de poder recordar algo parecido en sesenta años como profesional”. Todavía tiene que oler a pólvora en Dove Mountain.
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