Los años 20 fueron una década colorida y alegre en la historia de los Estados Unidos. La efervescente situación económica contagió un estado de euforia a la población que se tradujo en una sociedad desinhibida que desafiaba tradiciones y costumbres. El golf en Estados Unidos, que era todavía un deporte joven y en sus comienzos pero ya con solidas raíces en la sociedad americana, no fue ajeno a estos cambios. Los jugadores dejaron de golpear desde montoncitos de tierra para hacerlo desde tees prefabricados, las varillas pasaron de ser de nogal a ser de acero y los países comenzaron a enfrentarse en encuentros internacionales con la primera edición de la Ryder Cup. Sin embargo, el cambio más importante de todos lo protagonizó un solo personaje, un jugador sin el cual el golf profesional no sería tal cual lo conocemos hoy en día.
Walter Charles Hagen nació un 21 de diciembre de 1892 en Rochester, Nueva York, hijo de madre alemana y padre irlandés que trabajaba como herrero en el tren de Rochester Este. Era una familia de clase baja y, como tantos otros jugadores de la época, Walter Hagen tomó contacto con el mundo de golf trabajando de caddie con tan solo siete años en el recientemente fundado Club de Campo de Rochester, primer campo de la ciudad. A pesar de su precoz acercamiento al golf, Hagen destacó en su juventud como jugador de beisbol, descollando en las ligas locales semiprofesionales y llegando a hacer una prueba con los Phillies, el equipo profesional de Filadelfia, en el invierno de 1912.
En el Club de Rochester Walter Hagen recibió dos poderosas influencias. La primera fue la del profesional del campo Andrew Christy, que le enseñó el arte de la fabricación y reparación de palos, cómo llevar la pro-shop, unos rudimentos de greenkeeping y, sobre todo, las bases del swing. Pese a la importancia de la figura de Christy, la mayor influencia que recibió en Rochester surgió del contacto con los miembros de la clase alta de la ciudad, entre los que se encontraba George Eastman, fundador de Kodak. Hagen quedo prendado de los relatos de sus viajes, sus fiestas y de la naturalidad con la que hablaban de grandes cifras. De esas relaciones surgió el leitmotiv de su vida, que plasmó en una de sus frases más recordadas: “No quiero ser millonario, solo quiero vivir como uno de ellos”.
En 1912 Walter Hagen se sentía preparado para jugar el US Open, pero Christy consiguió disuadirlo proponiéndole jugar un torneo más accesible, el Open de Canadá, donde acabó en un meritorio duodécimo puesto en su primera aparición en el golf profesional. Su primera participación en el US Open fue en la edición de 1913 disputada en Brookline, que acabó con la celebérrima victoria de Francis Ouimet frente a la Armada Británica representada por Harry Vardon y Ted Ray, en la que Hagen acabo en cuarto puesto. El año siguiente en Midlothian ganaba su primer US Open por un golpe de diferencia sobre Chick Evans, victoria que espoleó su carrera deportiva y que le llevó a ganar otro US Open en 1919, cuatro Open Championships en 1922, 1924, 1928 y 1929 (siendo además el primer estadounidense de origen en ganar el Open), cinco títulos del PGA Championship en 1921 y 1924-1927 y cinco victorias en el Western Open en 1916, 1921, 1926, 1927 y 1932.
Semejante palmarés convierte a Hagen en el mejor jugador de su época, en el mejor de la historia hasta la llegada de Nicklaus y, sin duda, en el mejor jugador de match-play de todos los tiempos. Walter Hagen gano cinco veces el PGA en su etapa match-play, cuatro de ellas consecutivas, una hazaña jamás lograda por ningún otro jugador y solo igualada por los cuatro títulos consecutivos de Tommy Morris en el Open Championship.
Desde una perspectiva moderna Hagen gano 11 grandes, el tercer jugador con más majors por detrás de los 18 de Nicklaus y los 14 de Tiger. Sin embargo, es preciso poner en perspectiva esos resultados. En los años en los que Hagen jugó a su máximo nivel no se disputaba aún el Masters, que comenzó a jugarse cuando la figura de Hagen se encontraba ya en declive. Eso reduce a tres los grandes actuales en los que un jugador de los años 20 podía participar, que en la práctica se quedaban solo en dos para los jugadores americanos ya que eran pocos los que podían afrontar los cuantiosos gastos que suponía el desplazamiento a Europa para disputar el Open Championship. El puesto del Masters como torneo grande lo ocupaba en la época el Western Open, lo que haría sumar a Hagen un total de 16 majors.
Esos resultados encumbrarían a cualquier jugador al Olimpo de los dioses, pero la impronta de Hagen en la historia del golf va mas allá de un currículum brillante. Walter Hagen fue un jugador único, un extraordinario manipulador de sus adversarios y un hombre espectáculo como nunca se había visto hasta entonces. La revolución de Hagen transformó el concepto de jugador profesional hasta convertirlo en lo que entendemos hoy día.
En los primeros años del siglo XX los profesionales del golf eran invariablemente de clase baja, la mayoría inmigrantes británicos, y se encontraban ligados de forma inseparable al club donde trabajaban, que a su vez les servía de identificación en los escasos torneos profesionales que se disputaban a lo largo del año. La costumbre era citar al jugador junto al club al que pertenecían, por ejemplo: Walter Hagen, del Club de Campo de Rochester. Pero lejos de ser considerados por los miembros de cada club como sus representantes oficiales, se les miraba por encima del hombro considerándolos sirvientes zafios y burdos. Walter Hagen sufrió ese ambiente en Rochester y en Oakland Hills, campo al que emigró en 1918, pero después de ganar el US Open de 1919 sacó el secular orgullo alemán heredado de su madre y dijo basta, desvinculándose de su club y convirtiéndose en el primer jugador de golf a tiempo completo. A partir de 1920 a Hagen se le identificaba en los torneos como “Walter Hagen, independiente”.
La decisión de Walter Hagen era un salto mortal adelante sin red. Es difícil pensar que Hagen pudiera prever que muchos acabarían por seguirle. Es muy probable que siguiera sus propios impulsos sin tener en cuenta nada más, pero su ruptura sirvió para dar pie a la idea de que un jugador brillante podía ganarse la vida mostrando su talento en público. Al talento de Hagen como jugador solo lo superaba su extraordinario sentido escénico. Y sabedor de que solo su fama de buen jugador no bastaría, se creó una imagen de jugador despreocupado y vividor, fanfarrón en ocasiones, ampuloso, colorista y extravagante siempre, y explotó esa imagen para provocar el interés del público y, a la vez, causar cierta sensación de inferioridad en sus adversarios.
La decisión de Hagen fue recibida por la mayoría con desconfianza porque nadie pensaba que un jugador pudiera ganar lo suficiente por medio de torneos y exhibiciones. En otros casos, las críticas fueron aceradas y se acusó a Hagen de comercializar indebidamente un deporte de caballeros como el golf. John Henry Taylor, ganador de cinco Open Championships y miembro del Gran Triunvirato, apelaba a la tradición diciendo: “Los verdaderos profesionales compiten por el honor, el prestigio y la dignidad de los clubes a los que sirven”. A pesar de todo, Hagen siguió adelante y en 1922 fichó a Bob Harlow como representante. Harlow se encargaba de planificar y arreglar los partidos y giras de exhibición, de reunirse con distintos empresarios y dirigentes locales para que financiaran torneos y de negociar los contratos de patrocinio como el que suscribió con la marca Wilson, para la que respaldó dos modelos de palos, los “Walter Hagen” y los “Haig Ultra”. El resultado de esa colaboración fue que Hagen ganó entre 50.000 y 75.000 $ de media al año en la década de los 20, más que la megaestrella deportiva del momento que era el célebre jugador de béisbol de los Yankees Babe Ruth, convirtiéndose en el primer deportista que superaba el millón de dolares en ganancias a lo largo de su carrera.
Su lucha por dignificar la figura del jugador profesional encontró su campo de batalla predilecto en Gran Bretaña, donde las tradiciones estaban mucho más arraigadas que en los Estados Unidos. En el Open Championship de 1920 llegó a Deal en una limusina Daimler, se bajó con un elegante sobretodo de Savile Row y preguntó dónde estaban los vestuarios. Cuando se le indicó que los jugadores no tenían acceso a la casa club y que debían cambiarse en un barracón que se había habilitado cerca del campo, Hagen decidió aparcar su limusina frente al camino de entrada a la casa club y usarla como vestuario durante todo el campeonato. Acabado este, George Duncan, ganador de ese año, y Hagen amenazaron con boicotear el Open de Francia a menos que se permitiera a los jugadores usar las instalaciones de los socios, cosa que consiguieron.
Tres años después, en Troon, Walter Hagen se negó a acudir a la ceremonia de entrega de premios como segundo clasificado escudándose en que no tenía por qué entrar en la casa club cuando no se le había permitido el acceso en toda la semana previa. A cambio, convocó a todos los jugadores en un cercano pub “donde todos habían sido siempre bienvenidos”, haciendo extensiva la invitación, con cierta sorna, al propio comité de competición.
Walter Hagen adoptaba un stance amplio y tenía un swing plano como resabios de su etapa de jugador de béisbol. Cambiaba el peso drásticamente en el downswing y más que golpear la bola la embestía promoviendo un draw bajo en el mejor de los casos. Hagen nunca se distinguió por su juego largo; al contrario, desde el tee era un jugador disperso y errático. Sin embargo, resultaba excepcionalmente preciso en el juego corto. Sus recuperaciones eran prodigiosas y resultaba mortal con el chip y el putt. En palabras del propio Hagen: “Tres golpes malos y uno bueno siguen siendo cuatro”. O como dijo Bobby Jones: “Cuando un jugador falla el primer golpe, falla el segundo y acaba sacando un birdie, no puedes más que cabrearte”. Precisamente esa capacidad de salir brillantemente de las situaciones más complejas le hizo no quejarse nunca de un mal lie. En lugar de perder las formas, Hagen se desplazaba sin perder la elegancia por el campo con el rostro invariablemente alegre y sonriente. Esa forma de mostrarse, junto con el boato que habitualmente le rodeaba, le valió el sobrenombre de Sir Walter Hagen, sin haber recibido nunca oficialmente ese título.
El otro fuerte de su juego era la psicología. Utilizaba cientos de triquiñuelas para confundir y achantar a los adversarios. A veces pegaba golpes intencionadamente cortos para inducir a que sus adversarios se fueran largo y se metieran en problemas, o concedía putts intranscendentes de más de un metro para no dejar que el otro cogiera confianza con el putter y que le asaltaran las dudas en los momentos decisivos. En una ocasión se presentó en el campo de prácticas donde estaban los demás jugadores, pegó bolas durante un rato y se marchó haciendo correr el rumor de que se iba de fiesta, cuando en realidad se escapó a otro campo, fuera de la vista de todos, donde estuvo practicando durante horas.
Nadie había manipulado la mente de sus contrarios como lo hizo Hagen. Su sentido escénico y del espectáculo no tenían parangón. Hagen preparaba los golpes como un director de cine prepara una escena, manejando los tiempos para crear el máximo de tensión y el mejor ejemplo fue el último hoyo del Open Championship de 1926. Hagen se encontraba a unos 140 metros de bandera y necesitaba embocar para acabar segundo. Preparó el golpe minuciosamente y con parsimonia, como si se tratara de un putt, dando un largo paseo hasta el hoyo e indicándole a su caddie que permaneciera en green atendiendo la bandera. Su fama y la expectación creada hicieron creer a todo el mundo que iba a embocar. No lo consiguió, su bola pasó a un palmo del hoyo, pero dejó un recuerdo indeleble en todos los que lo vieron.
En el US Open de 1919, Walter Hagen y Mike Brady acabaron empatados después de las cuatro rondas. La noche previa al play-off, Hagen salió de juerga con su amigo Al Jolson (el futuro Cantor de Jazz) que se encontraba de gira en la ciudad. Ya avanzada la noche, Jolson le dijo a Hagen que era mejor que se retirara porque Brady debía de estar en la cama desde hacia tiempo. La respuesta de Hagen fue antológica: “Al, puede que Mike esté acostado, pero te aseguro que no está durmiendo”. Dicen que al día siguiente Hagen se presentó en el tee del 1 de Brae Burn con el mismo smoking con el que había salido la noche previa. Pidió permiso al comité para cambiarse y una vez preparado para jugar le aconsejó a Brady que se bajara las mangas de la camisa porque todo el mundo veía cómo le temblaban los músculos. Hagen ganó el play-off por un golpe.
En los años 30 se produjo la retirada de Walter Hagen de la primera línea del golf y se trasladó a Traverse City, en el estado de Michigan, donde llevó una vida tranquila y gris muy alejada del ajetreo y el oropel que le habían acompañado en su época de jugador, hasta su muerte el 5 de octubre de 1969. Pero el legado de Hagen fue imborrable: mientras su carrera llegaba a su ocaso en la década de los 30, sus esfuerzos florecían y se creaba un circuito profesional bajo los auspicios de la PGA y la dirección de Bob Harlow, su antiguo representante.
El reconocimiento de la obra de Hagen por parte de los jugadores que le fueron coetáneos y de los que le siguieron en años posteriores fue unánime. Gene Sarazen reconocía la importancia de Hagen al declarar: “Todos los profesionales deberían dar las gracias en silencio a Hagen cada vez que reciben un cheque. Fue Walter el que hizo en golf profesional lo que es”. Y Arnold Palmer, en una cena de homenaje, le dijo: “Walter, gracias a ti esta cena es en el salón de celebraciones y no en el local del caddie master”. Walter Hagen sacó el golf del ámbito privado de los clubes y lo llevo al público, llenándolo de un sentido del humor y del espectáculo muy alejado del adusto estilo con el que lo jugaban los profesionales británicos, porque, al contrario de ellos, Hagen dejaba ver que se divertía con lo que hacía.
Sin embargo, la figura de Walter Hagen se ha recordado más por ser un personaje colorista y extravagante que a la vez fue un buen, que no un gran, jugador de golf; más por el envoltorio brillante del que él mismo se rodeó que por sus logros deportivos y profesionales. La atractiva figura de un jugador dado a los excesos, a las fiestas y a la ostentación creció de forma espuria ocultando la verdadera trascendencia de su persona. Fue el Times de Londres el que empezó a reivindicar al auténtico Hagen cuando publicó en 1969: “Aunque Sir Walter se hubiera vestido para jugar con ropa hecha de arpillera, resistiría la comparación con los mejores del mundo”.
1 comentario a “Walter Hagen, el primer jugador profesional de golf”
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