Imaginen por un momento a un golfista que se cambia el nombre en dos ocasiones, llama a los conocidos “yips” como “distonía focal” y es capaz de jugar tanto a zurdas como a diestras. ¿Mucho trabajo, verdad? Pues Mac O’Grady era capaz de todo esto y más. Nacido como Phil McGleno en 1951, se hizo profesional con veintiún años y sus primeros pasos en el mundo del golf ya dejaron muy claro que no se trataba de un tipo normal. Hasta en diecisiete ocasiones se presentó a la Escuela de Clasificación del PGA Tour, sin éxito, para finalmente obtener la tarjeta en 1983. «No sé de donde proviene esta fuerza dentro de mí. He muerto en muchas ocasiones», dijo al conseguirlo.
Sus comienzos en la máxima competición no fueron tampoco sencillos. «Soy mi peor enemigo», acostumbraba a repetir Mac. Y no le faltaba razón. Reconocido como uno de los mejores «ball strikers» del circuito y poseedor de un swing curtido a base de días y noches en la cancha de prácticas, O’Grady acostumbraba a encadenar golpes perfectos con errores inexplicables, hoyos que hablaban de un jugador irrepetible con putts que harían echarse las manos a la cabeza al más torpe de los aficionados. «Era el peor en lo que a juicio y control de mis emociones se refiere, como si tuviera una deformación en el cromosoma 17», recordaba en los noventa. Por entonces se resistía a creerlo, pero resultaba evidente que no tenía la mentalidad idónea para practicar un deporte que le entusiasmaba. Esa mezcla de insistencia, incapacidad y talento fueron un cocktail explosivo que de vez en cuando sacudía al PGA Tour. «Es brillante. Puede que sea más difícil para él jugar al golf que para alguien que no es tan inteligente. Sé que mi imaginación no es tan vistosa como la suya. No creo que la de nadie lo sea tanto», dijo en una ocasión Rick Fehr, dos veces ganador en el circuito.
Pero ganó. O’Grady consiguió la victoria en dos ocasiones. La primera llegó en el Canon Sammy Davis Jr.–Greater Hartford Open, en 1986, y la siguiente en el MONY Tournament of Champions, donde acudieron todos los campeones del año anterior. Fue la mejor época de su carrera profesional, en la que también consiguió su único top10 en un major, el U.S. Open. Una semana en Carlsbad, California, se mezclaron las dos caras de un jugador que ensombreció a los mejores de la época a base de sentencias brillantes y golpes espectaculares. Él lo resumió de la siguiente manera: «Físicamente, me siento como si estuviera en el instituto. Mentalmente, a veces también». Habían sido unos días húmedos en la zona y el campo estaba mojado, y Mac se paseó por la Costa Country Club con poco más que un hierro uno y un wedge. Sus estrategias poco tenían que ver con las del resto de contendientes o incluso con el sentido común, y a medida que los greenes del recorrido se resentían por las pisadas de los jugadores, O’Grady parecía enfermar, e incluso llegó a declarar sentirse incapaz de meter un putt de medio metro porque había una huella entre su bola y el hoyo. Es difícil saber cómo superó los «yips» para firmar vueltas de 65, 72, 70 y 71 golpes y vencer a Mark Calcavecchia o Greg Norman, pero él lo explicó así: «Fue como sacarme un diente sin novocaína. Pensaba que si tocaba la bola iba a salir disparada como un granada. El miedo corría desbocadamente por mi imaginación. La parte consciente de mi cerebro tenía una hemorragia». Los periodistas no sabían que hacer con tantos titulares antes de que concluyera su reflexión con una cita capaz de resumir la angustia que puede sufrir cualquier jugador en el planeta. «El golf es como una espada. En un momento te está coronando como un rey y en el siguiente te está atravesando».
Su cerebro tenía más de científico que de visceral, y cuando en 1990 se retiró debido a una grave lesión en la espalda se dedicó a la enseñanza. Cuatro años más tarde volvió al Augusta National, pero no como jugador, sino acompañando a un tal Severiano Ballesteros. «He tenido muchos profesores, pero Mac es el mejor para mí. Él cree en mí y eso me ayuda también a creer en mí mismo», dijo Seve en aquella época. «La competición me cegaba. Ahora puedo ver también mis errores en Seve o Vijay (Singh). He aprendido más del golf estando fuera de las cuerdas que cuando estuve ocho años dentro de ellas». La perfección que alcanzó en su swing en los años de competición tuvo una clara influencia en los conceptos que desarrolló Homer Kelly en «The Golfing Machine», que O’Grady había estudiado en sus inicios, y aunque no llegara a desarrollar todo su potencial como golfista ha quedado en la memoria de muchos como una de las mentes más maravillosas que han pasado por el PGA Tour.
«Mi cerebro está emocionalmente más calmado cuando pateo a zurdas».
«Cuando pateo, mis emociones colisionan como dos placas tectónicas. Ha dejado a mi memoria llena de cicatrices que no se curarán».
«En un minuto estás sangrando. En el siguiente tienes una hemorragia. En el siguiente estás pintando la Mona Lisa».
«Necesitas una memoria fantástica para recordar los grandes golpes y una muy mala para olvidar los malos».
«La bola no se metió en el hoyo hoy. Hay días en que tiene su propia conciencia. Hay una palabra llamada antropomórfico, que significa llevar la vida a un objeto inanimado. La bola está viva. Tiene su propia personalidad, su propio carácter, su propio espíritu».
«Soy raro, muy raro. Solo juego por el arte detrás del golf. El arte del descubrimiento, la búsqueda, el arte del verdadero entusiasmo que el golf te transmite. Siempre hay algo que aprender».
«Tienes que alcanzar una serenidad neurológica y biológica en el caos. No puedes dejar que la adrenalina te sabotee».
Os adjuntamos el swing de Mac O’Grady a zurdas y a diestras.
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