The Master by Decathlon

Yes Sir!!!

José Ramón Rodríguez | 11 de abril de 2013

Bernhard Langer y Jack Nicklaus en la ceremonia de entrega de la chaqueta verde

Los años 80 vieron la decadencia de Jack Nicklaus. Con todos sus éxitos conseguidos en las dos décadas previas y llegado a la cuarentena, el último gran año de Nicklaus fue 1980. Esa temporada solo consiguió dos victorias, pero fueron dos Grandes, el US Open y el Campeonato de la PGA. Con esos dos títulos entraba aún más en la historia, al igualar a Willy Anderson, Bobby Jones y Ben Hogan con cuatro victorias en el US Open y a Walter Hagen con cinco en el PGA. Además se unía al selecto grupo formado por Ben Hogan y Gene Sarazen como los únicos ganadores del US Open y el PGA en el mismo año, al que más tarde también se incorporaría Tiger Woods.

Olden Bear

A partir de ese momento los buenos resultados empezaron a ralear (incluso las dos victorias del 80 se consideraron una relativa sorpresa). Su rendimiento en los Grandes no fue malo, con siete top 10 en 19 participaciones, pero las victorias dejaron de llegar. Entre 1980 y 1986 solo ganó dos torneos, el Colonial del 82 y el Memorial del 84, algo nunca visto en toda su trayectoria. Nicklaus no se había planteado dejar el golf, pero jugaba sin motivación ni objetivos, más dedicado a su carrera como diseñador que al propio juego. Esa indolencia, mezclada con los rumores de que sus negocios atravesaban graves dificultades económicas, se reflejó en unos resultados paupérrimos. De siete torneos jugados hasta la primavera de 1986, Nicklaus había fallado el corte en tres y su mejor resultado había sido un trigésimo noveno puesto en Hawái. Con esos números Jack Nicklaus no contaba para nadie como candidato al Masters de 1986, ni siquiera para él mismo. El Masters simplemente no entraba en sus planes. En sus años en la cima, Jack empezaba a considerar el Masters en enero y en función de eso elegía los torneos pensando en tener la mejor preparación para el primer Grande. Ese año no empezó a prepararlo hasta dos semanas antes. La prensa no ignoró la cuesta abajo de Nicklaus. En un artículo que después se haría famoso, el periodista Tom McCollister escribió en el Atlanta Journal – Constitution el domingo antes del Masters:

“Nicklaus está liquidado, acabado, listo. Ha perdido su juego para siempre. Se ha oxidado por falta de uso. Tiene 46 años y nadie tan viejo gana el Masters”.

Su amigo John Montgomery leyó el artículo y lo pegó en la puerta del frigorífico de la casa donde se alojaba Jack en Augusta, buscando entre gastarle una broma y motivarlo. El lugar para ponerlo no fue casual. Nicklaus era muy dado a visitar el frigorífico con frecuencia, hasta más de 100 veces al día según se cuenta, más como compulsión que con la intención de tomar algo, de manera que era seguro que iba a verlo. Pero McCollister no fue el único que mostró su convencimiento de la decadencia definitiva de Nicklaus. Tom Kite, sin ningún viso de corrección política, dijo: “No es que no crea que no puede ganar el Masters, es que no creo que pueda ganar ningún torneo”. Por su parte Ken Venturi, comentarista para la CBS le recomendó elegantemente que se retirara. Nicklaus había desaparecido del mapa para todos. Su apodo ya no era Golden Bear (oso dorado) sino Olden Bear (oso viejo).

Con todos esos precedentes, el 74 que hizo Nicklaus en la primera ronda del Masters no llamó la atención. A pesar del resultado, Nicklaus no jugó mal de tee a green, solo le falló el putt. Tampoco fue un resultado catastrófico porque ninguno de los favoritos hizo una vuelta especialmente buena y la clasificación mostraba arriba a los habituales desconocidos de los jueves. El viernes amaneció en Augusta un día a la antigua, con brisa y algo de frío; el tipo de día que gusta a los grandes jugadores, el que propicia el premio para los buenos tiros y pone el acento en el conocimiento del campo y del juego. Y en esas condiciones se vio a un Seve arrollador. Durante toda la semana Seve se había mostrado muy centrado y sólido, con una determinación en la mirada que transmitía que estaba listo para ganar. Seve se había tomado aquel Masters como su reivindicación ante el público y los directivos del golf americano, después de habérsele retirado sus derechos de juego en el circuito americano por no haber jugado el mínimo de torneos estipulado, algo incomprensible para un jugador con cuatro Grandes y para el mejor jugador de su generación. La prensa vendió su participación en clave de cruzada contra el PGA Tour y contra Deane Beman, su director, en particular. Esa motivación extra era conocida por el resto de jugadores, que, aunque sin reconocerlo, daban a Seve por seguro ganador. Seve lo sabía y en ese sentido declaró al Augusta Chronicle: “El torneo es mío”. El 68 del viernes puso a Seve en lo más alto de la clasificación, dejando al resto de favoritos a tres golpes. Por su parte Nicklaus firmó un correcto 71 que le dejaba a siete.

El sábado es el tradicional día del movimiento en el Masters y los rectores del torneo quisieron colaborar con el espectáculo regando el campo, haciendo que los greenes fueran más receptivos, más lentos y menos resbaladizos de lo que suele ser la norma. Ocho de los jugadores de arriba hicieron vueltas por debajo de 70, dando la razón a Tom Watson cuando dijo que nunca había visto el campo tan indefenso. En esas condiciones Seve no tuvo suerte. Jugó inmaculadamente de tee a green pero le faltó acierto con el putt. De todas las vueltas bajas, el 63 de Nick Price pasó a la historia como nuevo récord de anotación en una ronda del Masters. Un 63 que cobra mayor relevancia tomando en cuenta que el hoyo 1 lo acabó con un bogey, que no cogió ninguno de los pares 5 de dos y les sacó el birdie a todos y que en el 18 su putt para birdie hizo una corbata completa. Price dijo de ese último putt que era como si Bobby Jones hubiera parado la bola con la mano como diciéndole: “Ya es suficiente, muchacho”.

Por su parte, Jack Nicklaus siguió el tono general y firmó un 68 que le metía en el top 10 a cuatro golpes del líder Greg Norman. A pesar de todo seguía sin contar para la victoria, no tanto por la distancia que le separaba como por la cantidad y calidad de los rivales que tenían que fallar: Norman, Seve, Langer, Price, Kite, Watson, Lyle y Crenshaw.

Dos generaciones de Nicklaus, con la vista puesta en el objetivo

Dos generaciones de Nicklaus, con la vista puesta en el objetivo

Sal y hazlo

Los de arriba empezaron la última con movimiento en sus tarjetas. Nicklaus hizo birdie-bogey en los primeros hoyos para llegar al 9 al par de recorrido. Tom Kite restó un golpe al campo y Norman se lo dejó en el 7, el mismo hoyo en el que Seve había hecho un birdie que le servía para ponerse líder. Lo que hasta entonces era una ronda más o menos tranquila se convirtió en locura a partir del hoyo 8, como si los jugadores se hubieran estado reservando para cumplir con el viejo adagio que dice que el Masters no empieza hasta los últimos nueve hoyos del domingo.

En el hoyo 8, un par 5 de entonces 530 yardas, Seve y Kite sacaron el eagle, mientras Nicklaus estaba en el green del 9 con un putt largo para birdie. Nicklaus tuvo que retirarse de su stance en dos ocasiones por los gritos que venían del green previo con cada uno de esos eagles. Cuando finalmente pudo jugar le dijo a los espectadores: “A ver si podemos hacer algo de ruido nosotros también”. Nicklaus embocó el primero de tres birdies consecutivos y, más importante aún, estableció una complicidad con el público de Augusta National que empezaba a vislumbrar que la victoria del Oso Viejo era posible.

Nicklaus hizo el birdie en el 10, el 11 y el 13, dejándose un golpe en el 12. Kite restaba otros dos golpes al campo en el 11 y 13 del Amen Corner, mientras que Norman se descolgaba con un doble bogey en el 10. Por su parte Seve seguía completamente centrado, sólido, sin fisuras y con un juego demoledor como un martillo neumático. Un nuevo eagle en el 13 le ponía líder en el tee del 14 a cuatro golpes del segundo con solo cinco hoyos por jugar.

En el 15, Nicklaus estaba en mitad de la calle a unos 190 metros de bandera. En esa situación le preguntó a su hijo Jackie, que le hacía de caddie, qué tal estaría un eagle en ese hoyo. Jackie sacó un hierro 4 y se lo tendió diciendo: “Veamos”. Nicklaus pegó un extraordinario golpe que dejó la bola a menos de 4 metros y a continuación embocó el putt para colocarse a dos golpes de la cabeza. En el 16 Nicklaus tardó bastante en jugar. Levantó el tee cuando había hecho varios swings de práctica y buscó parsimoniosamente otro sitio donde pinchar la bola. Finalmente pegó un hierro 5 y se agachó a recoger el tee. No necesitaba mirar el vuelo porque sabía que la había mandado al sitio. La bola botó corta a la derecha de la bandera, rodando mansamente para dejarse un corto y cómodo putt de un metro cuesta arriba.

La algarabía por el birdie de Nicklaus en el 16 llegó hasta la calle del 15, donde estaban Kite y Seve para dar su segundo golpe. En los eternos momentos que tuvo que aguardar para que Tom Watson y Tommy Nakajima abandonaran el green del 15, a Seve se le pudo pasar por la cabeza que Nicklaus se había colocado a un golpe y que necesitaba una respuesta contundente para cumplir con el papel de cruzado contra el PGA Tour que se había impuesto. El resultado fue un espantoso ganchazo con el hierro 4 que mandó la bola al agua, desde donde no pudo hacer el par.

Ese golpe quedó en la memoria de Seve durante años. Sabía que de haber cogido el green el Masters era suyo, no importa cuántas heroicidades pudiera hacer Jack Nicklaus. Más que por perder el Masters en sí, ese golpe hizo mucho más daño porque significaba la derrota de su autoimpuesto órdago al establishment. Ni siquiera la histórica victoria de Europa en la Ryder de 1987, la primera en terreno americano, le valió para olvidarlo. Seve necesitaba una gran victoria individual y tuvo que esperar a ganar el Open de 1988 en Royal Lytham para que su memoria quedara en paz.

La mítica imagen de Nicklaus en el green del 17

La mítica imagen de Nicklaus en el green del 17

En el 17 la bola de Nicklaus reposaba de dos en green a unos cinco metros del hoyo. Tenía un putt en ligera cuesta abajo con una sutil doble caída. Nicklaus golpeó y comenzó a incorporarse cuando a la bola aún le quedaba un par de palmos para llegar al hoyo. Empezó a andar, levantando el putter en una de las imágenes más icónicas del Masters, al tiempo que le cambiaba el gesto, que parecía iluminarse mostrando una gran sonrisa. Verne Lundquist, comentarista para la CBS, decía conforme la bola se acercaba al hoyo: “Maybe… yes Sir!!”. Jack Nicklaus era el nuevo líder del Masters a sus 46 años.

El 17 fue el éxtasis de una atmósfera excepcional que había ido creciendo en Augusta National desde el hoyo 9, un fluido mágico que corría de hoyo a hoyo y que unió a jugador y público en una simbiosis perfecta, retroalimentándose para espolearse mutuamente. Cuando la bola de Nicklaus entró en el hoyo, el rugido de Augusta National se pudo oír en todo el mundo, como con el albatros de Gene Sarazen medio siglo atrás.

Ese mismo escorzo de Nicklaus, congelado en bronce y a un tamaño un poco mayor que el natural, adorna la entrada al Museo de Historia de Augusta. El putter que lleva en la mano izquierda, el que usó para ganar en el 86 no era su putter habitual. Nicklaus había ganado casi todos sus grandes con un putter George Low Sportsman Wizard 600. Hasta ese Masters solo había cambiado una vez, en el US Open de 1967 celebrado en Baltusrol, que ganó con el putter N275 de MacGregor, conocido como White Fang. El putter que se elevó al cielo en el green del 17 y el que se ve en su estatua de bronce era otro distinto, un prototipo para el que Nicklaus había estado trabajando con MacGregor, que remedaba a un Ping Anser sobredimensionado, motivo por el que se le llamó Fat Fang, por el tamaño del putter y por la incipiente barriga que lucía Jack en el 86.

Jack subió la cuesta del 18 del hombro de su hijo, teniendo que reprimir las lágrimas en tres o cuatro ocasiones. En el último hoyo firmó el par, para una vuelta de 65 golpes, el resultado que le había dicho a su hijo Steve la noche antes por teléfono que sería necesario para ganar. «Sal y hazlo» fue la respuesta de Steve. Finalizada su vuelta se recluyó en el bungaló de Bobby Jones, adyacente al hoyo 10, para ver acabar a sus perseguidores. Por primera vez Jack Nicklaus se iba a ver a sí mismo ganar un torneo por televisión. Allí vio como Tom Kite quedaba en cuclillas en el green del 18, tapándose la cara con la visera, después de que su putt de 3 metros para birdie y play off, regateara al hoyo por la izquierda. Solo quedaba esperar a que llegara el partido de Norman.

Greg Norman y su desencuentro con el hoyo 18

Greg Norman y su desencuentro con el hoyo 18

Greg Norman había iniciado una reacción violenta en el hoyo 14 y llegaba al 18 empatado con Nicklaus después de cuatro birdies consecutivos. El par le valía para forzar el desempate y el birdie, nada impensable en ese hoyo y menos con la inercia que traía, le daba la chaqueta verde. Pegó un buen drive seguido de un horrible hierro cuatro desde el centro de la calle, medio cañazo, medio push-fade, que mandó la bola al público, desde donde no fue capaz de hacer el approach y putt que necesitaba. De esa forma daba comienzo el eterno desencuentro del Tiburón Blanco con Augusta National.

Después de recibir la chaqueta verde de manos de Bernhard Langer, en el set de entrevistas todos esperaban con malsana curiosidad el encuentro entre Nicklaus y McCollister, pero no hubo reproches sino buen humor. Cuando entró McCollister, Nicklaus le tendió la mano y dijo: “Gracias”, a lo que McCollister solo acertó a decir: “Encantado de haber podido ayudarte. Tom [Watson] me ha pedido que escriba sobre él el próximo año.”

El Masters de 1986 ha pasado a la historia como el mejor de todos los tiempos. No hubo ningún descalabro en la última ronda. Todos los que la empezaron arriba jugaron por debajo del par, pero fue insuficiente para alcanzar a un Nicklaus que jugó los últimos 10 hoyos en 33 golpes. La revista Golf World la catalogó de la mejor última ronda de la historia de los Grandes. La prensa americana sitúa la sexta chaqueta de Nicklaus a la altura de gestas como la del Grand Slam de Bobby Jones en 1930 o la victoria de Ouimet en el US Open de 1913. Ese Masters fue el último Grande y la última victoria de Jack Nicklaus en el PGA Tour, una victoria que le colocaba de nuevo en la historia, esta vez junto a Harry Vardon, como único jugador capaz de ganar seis veces un mismo Grande. No es imaginable un mejor final para la larga travesía del desierto que fueron los años 80 para Nicklaus, ni un mejor epílogo para una carrera deportiva en la élite.

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